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Actualizado: 4 de junio de 2025
En aquellos tiempos era demasiado tímido para pensar así, no porque no lo creyese en el fondo, sino porque no tenía confianza en mí mismo para afirmar mis ideas categóricamente. El no saber vivir como los demás me producía una sorda cólera, una indignación frenética. Me sentía como una rueda de reloj suelta que no engrana con otra.
Gracias a este encuentro, que les hizo vacilar algunos instantes, Barragán pudo abrir la puerta de la escalera y precipitarse por ella. Sus hijastros le siguieron al instante con los cuchillos abiertos y gritándole: ¡Suelta la plata, ladrón!
En lo físico la transformación había sido también maravillosa: había crecido: sus formas antes flacas se habían redondeado, modelado, armonizado, dulcificado hasta lo infinito: se desprendía de ella tal fuerza de vida, su piel era tan intensamente blanca, tan sedosa, tan bellamente pálida, con una palidez nacarada; sus cabellos eran tan negros, tan brillantes, tan ricos, que su peinado parecía estar hecho por un escultor griego sobre ébano; las cejas negras y las pestañas negras también, espesas, convexas, dando fuerza con su sombra a su mirada, velándola, amortiguando su brillo; su boca pequeña, de color vivo, fresco y puro; el corte general de la cabeza, lo esbelto del cuello, lo redondo de los hombros, la altura virginal del seno, y los brazos que se veían entre los encajes de una bata de seda a listas, la suelta plegadura de esta bata que revelaba la ausencia de esos ahuecadores con que las raquíticas mujeres de nuestros días encubren la flacura de sus formas, todo esto la daba una fuerza de voluptuosidad irresistible, y para aumentar esta voluptuosidad, se desprendía de ella, de su expresión, de sus miradas, de su actitud, tal perfume de castidad, que era necesario creer que su cuerpo como su alma estaba virgen.
Llama entonces al hijo más joven en los mismos términos que dice el romance; estréchale la mano, y la suelta prorrumpiendo en amargos sarcasmos al oir sus lamentos: lo mismo hace con el otro hijo.
Poco después ambos se retiraron a sus cuartos. El cura le dijo: Puedes dormir a pierna suelta, Andrés. Yo me encargo de llamarte a la hora. En vez de hacer lo que su tío le encargaba, salió sigilosamente de casa cuando presumió que todos estaban dormidos, y enderezó los pasos hacia el Molino.
Serás muy desgraciadito y nadie te compadecerá. La mujer que primero te dé un beso, por esa te morirás y pasarás fatigas, y ella se reirá de ti... Velázquez sospechó en aquel momento que la máscara era Paca, y dijo riendo con fatuidad. Consiento en pasarlas. Dame un beso, prenda. No; no quiero tu desgracia sobre la conciencia... Suelta, niño. El la retuvo á pesar de sus esfuerzos.
Luego, olvídate del cuadro, del arte, y mientras la mirada se pasea inconsciente por la tela, cruza los mares, remonta el tiempo, da rienda suelta a la fantasía, sueña con la riqueza, la gloria o el poder, siente en tus labios la vibración del último beso, habla con fantasmas.
Carísimo maestro interrumpió Pierrepont , eres un niño grande... Todo eso me lo debiste contar... allá... en los... Genets... así te habrías evitado un viaje de ida y vuelta. Si diera rienda suelta a mi deseo replicó el pintor , ¿podría contar, querido marqués, con tu simpatía y tus buenos consejos?
Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte en respuesta de sus amenazas, mas don Quijote se puso en medio y le rogó que no le maltratase, pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún tanto suelta la lengua.
Ya sabía lo de su amo, y le llevaban «los diantris» al considerar que mientras el pobre señor pasaba las de Caín, él estuviera durmiendo a pierna suelta toda la noche, y por culpa de «blanduras y arreparus» que se habían tenido «malamenti» con un hombre de su correa.
Palabra del Dia
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