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Actualizado: 15 de junio de 2025


Un cuarto de hora después, el señor de Bevallan dejaba el castillo con mi colega de Rennes. Su partida y su desgracia han tenido por efecto inevitable desencadenar contra él todas las lenguas de los criados, y su imprudente intriga con la señorita Helouin ha estallado muy luego. La joven, sospechosa hacía algún tiempo por otros motivos, ha pedido permiso para retirarse, y no se le ha negado.

En la tapa, en una banda de papel pegada, ponía: «Muy reservado. Para abrirla a solas». Estaba soltando la llave para meterla en la cerradura, cuando mi madre me dijo: No la abras; no por qué me parece que viene algo malo para ti dentro. Me detuve. La verdad es que esta caja con su advertencia era sospechosa. Pesaba lo menos tres o cuatro kilos.

La más célebre, entre todas éstas, es La verdad sospechosa, modelo del Menteur, de Corneille, aunque ésta sólo ha conservado muy poco del original. Un joven de prendas poco comunes, aunque deslustradas por su propensión á la mentira, ve, recién llegado á Madrid, dos bellas damas, enamorándose de una.

La madre se alarmaba y... fuera el tercer botón... Nada, la cara y la mirada del nene siempre adustas, con una gravedad hermosa, que iba siendo terrible... El cuarto botón, el quinto, todos los botones salieron de los ojales haciendo gemir la tela. Perdió la cuenta de los botones que soltaba. Fueron ciento, puede que mil... Ni por esas... La cara iba tomando una inmovilidad sospechosa.

Púsose en guardia Quevedo, á quien parecía un tanto sospechosa aquella facilidad en soltarse de lengua, en quien tan severo había empezado, y dijo: Páguele Dios, hermano, la buena voluntad que me tiene, si es que yo no puedo pagársela, que podré, que estas son tormentas que pasan, y dígame lo que quiera, que aprovechará. Breve tiene que ser, porque esperan y pudieran sospechar.

Hombre tan serio como Palomino habla de un religioso de una santa cartuja a quien hubieron de quitar de la celda una imagen de María Santísima, de suma perfección, porque su mucha hermosura le provocaba a deshonestidad; y el P. Interian de Ayala exclama indignado: «Porque ¿a qué viene el pintar a la Virgen, maestra y dechado de todas las vírgenes, descubierta la cabeza? ¿A qué el cabello rubio esparcido y tendido por el blanco cuello? ¿A qué sin tapar decentemente aquellos pechos que mamó el Criador del mundo? ¿A qué, finalmente el pintar sus pies o totalmente desnudos o cubiertos con poca decencia?» . De modo que hasta la Concepción de Murillo, acaso la expresión más poética del arte católico, vino a ser sospechosa.

¡Ah! exclamó triunfalmente Maugirón. ¿Lo veis? Tragomer, noble bretón cuya sinceridad está fuera de duda, puesto que no quiere engañarme con mi... amiga que se le ofrece sin ambages, comparte conmigo la opinión que yo he tenido el honor de desarrollar ante esta honrada concurrencia... Habla, Tragomer; debes tener argumentos para estos mogigatos que me chillaban hace un momento y ahora te escuchan con la boca abierta porque tomas esos aires tenebrosos que les hacen esperar revelaciones sensacionales. ¡Anda, amigo mío, rompe los diques de tu elocuencia, convéncelos, aplástalos, á Marenval sobre todo, que ha estado innoble conmigo, interrumpiéndome continuamente, como si estuviese yo elogiando alguna falsificación de su fécula, que es, dicho sea de paso, la más sospechosa porquería que se ha fabricado nunca en los dos hemisferios!

Enorme baúl mundo guardaba, con sospechosa discreción, mil especies de arreos diversos, los unos antiguos, retocados o nuevos los otros, todo a medio hacer, revelando la súbita interrupción del trabajo por la presencia de testigos importunos.

A la vez que se quitaba los guantes, y cual pudiera hacerlo un rey generoso, felicitó a Ramiro, relacionando su acción con las grandes cosas que hicieron los Aguilas, los Hoces, los Arias, los Alcántaras, en servicio de Dios y del reino; y, de tiempo en tiempo, mesándose el encrespado copete, dirigía hacia la madre una mirada sospechosa y fugaz.

Lázaro entonces intentó gritar; pero el asombro le ahogó la voz en la garganta, porque al volverse para entrar conoció al que de tan sospechosa manera penetraba en el palacio de los duques, y aquel hombre era Félix Aldea, el mismo que pocos momentos antes había hecho brotar de los labios de Josefina una sonrisa de felicidad.

Palabra del Dia

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