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Actualizado: 10 de junio de 2025
Después á las de Lizamendi en un grupo de señoras, con la falda ceñida y el andar arrogante. Miraban á todos lados como si buscasen á alguien entre el gentío hostil, y al verle, la madre y la hija mayor casi sonrieron satisfechas de no haberse equivocado. ¡También estaba allí!... El mal hombre estaba donde le correspondía.
Las dos sonrieron, pero de distinto modo; la criada con la satisfacción de la codicia lograda; el ama, con la esperanza de la dicha.
Los médicos sonrieron ligeramente y continuaron examinando a la enferma. Uno de ellos le introdujo una pluma en la garganta. Mi tía, insensible, no dio señales de sentirla. El médico hizo un gesto de desagrado. Es preciso mudarle la cama agregó... ¡Ah! sí replicó mi tío haciendo una mueca forzada para disimular un profundo pesar; ¡pobrecita, se conoce lo grave que está!
También sonrieron al príncipe algunas damas de aspecto serio, todavía de buen ver, amplias de formas por un extremo y enjutas por el otro, como personas que se medicinan contra la obesidad y no obtienen un resultado regular.
Algunas criadas se sonrieron, y el niño, mirándolas en el rostro, exclamó nuevamente, golpeando con el pie en el solado: ¡Yo he de hacer lo mesmo, digo e aún más he de hacer, con la ayuda de Dios e la Virgen! Entretanto, a su espalda, la puerta de la escalera acababa de abrirse y una hermosa mujer, extremadamente pálida, toda vestida de negro, penetraba en la estancia.
En el primer entreacto D. Álvaro no se movió de su asiento; de cuando en cuando miraba a la Regenta, pero con suma discreción y prudencia, que ella notó y le agradeció. Dos o tres veces se sonrieron y sólo la última vez que tal osaron, sorprendió aquella correspondencia Pepe Ronzal, que, como siempre, seguía la pista a los telégrafos de su aborrecido y admirado modelo.
Eso dijo uno un día, señalando al perro con una vuelta de cabeza, no sirve más que para bichitos... El dueño de Yaguaí lo oyó: Tal vez repuso, pero ninguno de los famosos perros de ustedes sería capaz de hacer lo que hace ese. Los hombres se sonrieron sin contestar.
Cuando hubo pasado por delante de una danza, a una aldeana se le ocurrió entonar cierta copla de un antiguo canto de aquella comarca: Si me llevan prisionero, No me llevan por ladrón: Me llevan porque he robado A una niña el corazón. Andrés no pudo menos de sonreír, y volviendo el rostro hacia aquel sitio hizo un saludo con la mano. Los civiles también sonrieron.
Todas las gentes del buque, que en las semanas anteriores temían la llegada del malhumorado capitán, sonrieron ahora, como si viesen la salida del sol después de una tormenta. Distribuyó buenas palabras y palmadas afectuosas. El trabajo de recomposición iba á terminarse al día siguiente... ¡Muy bien! Estaba contento. Pronto volverían á navegar.
¿Y le mandó los padrinos, D. Jerónimo? preguntó el estudiante del doctorado. ¡Silencio, silencio! exclamó un tertulio aquí llega Clotilde. La simpática actriz apareció efectivamente en la puerta, y sus grandes y tristes ojos negros que resaltaban bellamente debajo de la blanca peluca a lo Luis XV, sonrieron con dulzura a sus fieles amigos.
Palabra del Dia
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