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Y sonrieron los dos viendo ascender por los peldaños algunos pies de masculina dimensión, a pesar de que asomaban bajo una corola de faldas recogidas. Tras ellos subían enormes zapatos de hombre, embetunados y de fuerte morro, que dejaban en la alfombra una huella de pesadez.

Las dos se sonrieron satisfechas de la humillación que creían arrojar sobre Elías, retirándole momentáneamente su confianza. Pues si no puede ser, me retiro. Vaya usted con Dios. Si se ofrece algo, señoras ... dijo el realista. Y contra lo que ellas esperaban, el realista se marchó, dejándolas muy contrariadas. ¡Ay! exclamó Salomé, ¿será posible? ¿Qué? dijo Paz alarmada.

Se sonrieron en silencio. «El sol rejuvenecía a Quintanar. Además era un gran carpintero. Sus inventos podían ser más o menos fantásticos, su mecánica idealista, pero hacía de una tabla lo que quería. ¡Y qué limpieza!». Ana alabó el arte de su marido.

Pues nosotras sabemos dónde estuvo usted hace media hora.... ¡Ah! No es difícil saberlo. Acabo de llegar, y ustedes me verían salir de casa.. ¿Oyes, Tere? ¡De... casa! Pues de allá salí hace una hora. ¿Conque de casa, eh? murmuró la morena. ¡De casa! Se miraron discretamente, y sonrieron.

En el recodo de una de estas calzadas se encontró de improviso con Nolo. Ambos quedaron sorprendidos y sonrieron avergonzados sin pronunciar palabra. Fué Demetria quien primero rompió con franqueza el silencio: Iba á la Braña, Nolo. Y yo á Canzana, Demetria. Tenía que hablarte. Yo á ti también. Demetria le miró sorprendida. ¿Sabes algo? le preguntó vacilante.

Enrique y Miguel se miraron y sonrieron como cazurros; pero estaban un poco pálidos. A ver dijo doña Martina al criado, suba usted al cuarto de la señorita y dígale que ya estamos a la mesa. No hubo necesidad. En aquel momento apareció Eulalia, toda sofocada, con los ojos llorosos y una jofaina entre las manos. ¿Qué es eso? preguntó doña Martina con sorpresa.

Sucedióle, claro está, que no bien se hubo mostrado al público cuando éste la tomó con él. Primero le miraron, después se sonrieron, hasta concluir por interpelarle irónicamente, y por reirse á sus barbas.

Las señoritas Gunn sonrieron con tiesura y pensaron que era lástima que aquellas personas ricas de la campaña que tenían medios de comprar tan ricos trajes en verdad, el encaje y la seda de Nancy eran de gran precio fueran criadas en la completa ignorancia y la vulgaridad.

Dos monjas jóvenes y no mal parecidas, que al lado de la otra estaban con la cabeza alzada hacia nosotros, sonrieron cortésmente. Lo de siempre, dos deditos contestó una de ojos negros y vivos, con acento andaluz cerrado y mostrando una fila primorosa de dientes. ¡Qué poco! ¡Anda! ¿Quiere usted que criemos boquerones en el estómago, como la madre? ¡Boquerones! Boquerones gaditanos.

Adriana adoptaba una expresión condolida, pero irónica, irritante; los labios del otro sonrieron con la misma expresión. La silueta lánguida en el traje lila oscilaba suavemente; se soltaron los largos cabellos sobre la nieve de la espalda y el bello brazo desnudo se levantó, dulcemente; los labios del otro besaron en la blancura del hombro.