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¡Qué par de bebés, eh! exclamó Pepa en voz alta dirigiéndose a Mariana . ¿No es vergüenza que esos mocosos estén casados? ¡Cuánto mejor sería que estuviesen jugando al trompo! Los chicos sonrieron mirándose con amor. Ya jugarán ... en los momentos de ocio manifestó Cobo Ramírez con retintín. ¡Hombre, ca! exclamó Pepa, volviéndose furiosa hacia él . ¿Le han dado a usted cuenta ellos de sus juegos?

Nada de esto sucedía ahora. El cielo comunicaba su alegría a la ciudad y la ciudad la comunicaba al corazón del que la recorría. Por las grandes ventanas enrejadas mis ojos exploraban sin obstáculo lo interior de las viviendas. En una cosían dos jóvenes vestidas de blanco, con rosas en el pelo. Al observar la mirada insistente que les eché, sonrieron burlonamente.

En el punto que el cautivo nombró a don Pedro de Aguilar, don Fernando miró a sus camaradas, y todos tres se sonrieron; y, cuando llegó a decir de los sonetos, dijo el uno: -Antes que vuestra merced pase adelante, le suplico me diga qué se hizo ese don Pedro de Aguilar que ha dicho.

Hoy me encuentro tan nerviosa, tan nerviosa... Tómeme usted el pulso, Isidorito, y dígame usted si tengo fiebre. Al sacar la mano enflaquecida y dársela al joven, don Mariano y don Máximo, que charlaban animadamente en el hueco de un balcón, dirigieron la vista hacia allí y sonrieron. Doña Gertrudis se ruborizó un poco y volvió a ocultar su mano velozmente dentro de la manta.

Durante unos compases de espera, el primer violín, al mirar á la sala para reconocer á sus entusiastas, descubrió á Lubimoff, participando inmediatamente su sorpresa á los otros solistas. Todos le sonrieron, dedicándole con los ojos lo que surgía de sus instrumentos, y el público acabó por fijarse en este señor medio oculto que poco á poco iba atrayendo las miradas de la orquesta entera.

No dependía de la barba, ni de la nariz, ni de los ojos, ni de los cabellos, sino de la aciaga combinación que la naturaleza pérfidamente se propuso hacer con todos estos elementos. ¡Cuántos disgustos le había costado! Los ojos de Barragán quisieron sonreír y sonrieron en efecto, como si un buldog se hallase dotado de esta facultad. ¿Crees que la barba...? , hombre, . Quítatela.

Doña Paula y Gonzalo sonrieron. Este dijo en voz baja: ¡Qué pelo tan hermoso! Ventura lo oyó, y dijo sacudiéndolo: Es postizo. Todos se echaron a reir. ¿No lo cree usted? preguntó con seriedad y acercándose. Tire usted. Verá cómo se le queda en la mano. El joven no se atrevió, y continuó sonriendo. Tire usted, tire usted insistió ella volviendo la espalda y metiéndole el pelo por la cara.

Venga uté acá, Sanhurho... me dijo Ramoncita . Ayúdenos uté a escoger un traje que sirva para las tres. Estamos mareadas hase más de una hora buscando un color que diga a toa estas fisonomía... Los dependientes sonrieron de la desfachatez. Yo permanecí grave. Entonces Joaquinita, mirándome atentamente a la cara, me preguntó con sorpresa: ¿Qué tiene uté, Sanhurho? Etá uté paliito. ¡Pachs!

En nuestro tiempo aprendíamos latin porque nuestros libros estaban en latin; ahora ustedes lo aprenden un poco pero no tienen libros en latin, en cambio sus libros estan en castellano y no se enseña este idioma: ¡ætas parentum pejor avis tulit nos nequiores! como decía Horacio. Y dicho esto se alejó magestuosamente como un emperador romano. Los dos jóvenes se sonrieron.

Vamos, a este chavó ya se le ha subido San Telmo a la gavia dijo la Amparo. Pepe y Alvaro sonrieron y continuaron comentando el lance. Los demás, menos Conchilla, les fueron dejando; se pusieron a charlar con animación, trincando a la vez de lo lindo. Rafael estaba empeñado en que Ramoncito les contara sus amores. ¿Se había declarado ya a la hija de Calderón? ¿Le había dado esperanzas?