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Actualizado: 28 de julio de 2025
La pobre Judit que, hasta entonces, había dormido perfectamente, aquella noche no pudo conciliar el sueño. ¡Era la primera vez! A la mañana siguiente, levantose con el rostro pálido, los ojos hinchados... La tía, entretanto, no dejaba de sonreír. Era imposible hablar del desconocido sin que el lindo rostro de Judit se cubriese de súbito rubor... Y la tía continuaba sonriendo.
El inglés seguía haciendo alardes de fuerza, completamente ebrio y causando bastante molestia a los demás, que no tenían una borrachera tan brutal. Usted es muy valiente, ¿verdad? le dijo el conde, sin dejar de sonreír con desdén. Más que usted respondió el inglés. Don Jenaro fue a lanzarse sobre él, pero le sujetaron.
El ingeniero se mostraba triste y desalentado, como todo lo que le rodeaba. Lo único que conseguía hacerle sonreir con una expresión melancólica era el nuevo aspecto de Watson su socio.
Hacía allí un calor insufrible. Pepe Castro aprovechó la confusión de la salida para preguntar a Clementina: ¿Cómo no has ido esta mañana? Clementina detuvo el paso, le miró con sonrisa protectora. ¿Esta mañana?... No sé. ¿Cómo no sabes? dijo frunciendo su augusta frente el real mozo. No sé; no sé y dió un paso para alejarse sin dejar de sonreír con leve matiz de burla. ¿Y mañana irás?
Pero cada vez era más grande su aborrecimiento y desprecio por el sistema alimenticio del país que le vió nacer. Después del potaje vinieron los puches de harina de maíz. Celso volvió á sonreir y á resoplar. ¡Rediós, farrapas! Y escupiendo por el colmillo al uso gitano les propuso que ya que tenían la desgracia de alimentarse con «tal basura» le echasen siquiera un poquito de azúcar y de canela.
Miró con ojos escrutadores por algunos instantes a su querida, y haciendo un esfuerzo por sonreír, dijo, tornando a sentarse al lado de ella: ¡Pero qué animal soy! ¡Vaya una bromita salada, y qué bien que te habrás reído de mí! ¿Qué dices? preguntó la Amparo estupefacta. ¡Venga esa cartera, picaruela! Venga esa cartera.
Estaba en la puerta del edificio principal de su estancia, cuando vió llegar á un jinete vestido como es de uso en las ciudades y sobre un caballejo que le hizo sonreir. Era el oficinista. ¿Adónde va montado en ese mancarrón?... Eche pie á tierra. ¿No le parece que tomemos un mate, amigazo?...
Uno es uno y otro es otro.... Tú serás en mi casa el amigo de siempre, y en mi corazón ocuparás, mientras viva, un lugar de preferencia. Raimundo se contentaba con sonreír forzadamente. Así llegaron otra vez al sitio donde estaba el coche. Dentro, la dama siguió locuaz. El, a medida que se acercaban a Madrid, se iba poniendo más pálido. Ya no sonreía.
En mi país sólo se encuentran en las fronteras del Norte, y cada vez son menos. Chile ya no guarda más que una muestra de los antiguos araucanos. Es curioso dijo Maltrana volviendo a sonreír . Casi todas las repúblicas americanas, en su odio a España, han cantado al indio primitivo, que hizo frente a los conquistadores, pintándolo como un héroe poseedor de todas las virtudes.
Acababa el cazador de llenar las copas, cuando en el viejo reloj dieron las nueve; el gallo de madera agitaba las alas con un chirrido extraño. ¡Salud, señor Dubreuil! dijeron los muchachos con voz ruda. ¡Buenos días, amigos míos, buenos días! respondió el posadero esforzándose por sonreír; y luego, con voz opaca, preguntó: ¿No hay nada nuevo?
Palabra del Dia
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