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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Madama Scott y miss Percival iban y venían, examinando con infantil curiosidad la instalación del cura. El jardín, la casa, todo es precioso aquí decía madama Scott. Las dos entraron resueltamente a la cocina. El abate Constantín las seguía sofocado, azorado, estupefacto ante tan brusca y repentina invasión americana. La vieja Paulina miraba a las dos extranjeras con aire inquieto y sombrío.
Y seguía mirándola fijamente cada vez con más emoción: la joven tampoco apartaba de él su mirada, llena de interés. El corazón empezó a batirle aceleradamente: se le apoderó un gran desasosiego, que le hizo mudar de postura veinte veces en dos minutos; sintiose sofocado, y se desabrochó la levita.
¡Para mí, tres! ¡Ánimo, hermanos! ¡Ánimo! Como una ráfaga, la hueste de chalanes siente el triunfo de los segundones. En un tácito acuerdo comienzan a cejar, sin vergüenza de ser vencidos por aquellos tres hidalgos. ¡Que para eso son hidalgos y señores de torre! Oliveros, en tierra, de cara contra la yerba, ruge, sofocado por las manos del hercúleo segundón.
En uno de los libros, al abrirle al acaso, tropezaron mis ojos con un nombre de mujer: ¡MATILDE! Así, entre dos admiraciones, como un grito de alegría, como la expresión de la más dulce esperanza, como la confesión de un afecto sofocado en el pecho, que un día se nos escapa irresistible y delata ante la malicia estudiantil, ante la cruel y dura indiscreción de los condiscípulos, que una mujer de ese nombre tiene en nuestro corazón un altar, donde recibe culto y homenajes; donde sólo ella reina, señora de todo afecto puro, dueño de todos los pensamientos, soberana de nuestro albedrío.
La hermana soltó una carcajada tan fresca, tan argentina, tan deliciosa, que yo, en vez de turbarme, me sentí sacudido con dulce y grata vibración y seguí cada vez más sofocado describiéndole con locas hipérboles la impresión que en mi causaba su hermosura.
La República así reconstruída, sofocado el federalismo de las provincias, y por persuasión, conveniencia o temor, obedeciendo todos sus gobiernos a la impulsión que se les da desde Buenos Aires, Rosas necesita salir de los límites de su Estado para ostentar afuera, para exhibir a la luz pública la obra de su ingenio. ¿De qué le ha servido absorberse las provincias si al fin había de permanecer, como el doctor Francia, sin brillo en el exterior, sin contacto ni influencia sobre los pueblos vecinos?
Eso lo hará usted porque es un grosero y ha adquirido malas mañas allá por Málaga. Aquí el padre Norberto de seguro no lo hubiera hecho. ¡No, no! Yo soy incapaz... dijo el cura, sofocado por la risa, tosiendo hasta reventar. No he salido de Peñascosa... Yo lo que hago es achicarme y correr ese punto de oros de mi compañero. Y puso sobre la mesa un cuatro.
Fueron a casa de Ranero para elegir algunas culebras del legítimo mazapán de Labrador, y aún tuvieron tela para una hora más. «Lo que la señora debía haber hecho hoy dijo Estupiñá sofocado, y fingiéndose más sofocado de lo que estaba , es traerse una lista de cosas, y así no se nos olvidaba nada».
Pero el progreso está sofocado, porque no puede haber progreso sin la posesión permanente del suelo, sin la ciudad, que es la que desenvuelve la capacidad industrial del hombre y le permite extender sus adquisiciones.
No, señora, no ha habido nada de baile ni de canto: fue broma mía exclamó muy sofocado el pobre preceptor, cuyo espíritu se afligía con los crueles alardes de justicia de su señora. ¿Y para qué has bajado estas ropas? preguntó la condesa a Inés. Para que ellas las vieran. Las subiré, señora, y no las volveré a bajar más repuso Inés con humildad.
Palabra del Dia
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