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Actualizado: 16 de mayo de 2025


La vasta nave y sus haces de columnas delicadísimas, que remataban en palmeras, entretejiéndose para formar la bóveda; las ventanas rasgadas en toda la extensión del pavimento y cubiertas con el diáfano muro de cristales de colores; la multitud de figuras representativas; la fauna, la flora; la riqueza de los altares, las luces, los resplandecientes trajes de los sacerdotes; el incienso, formando azuladas nubes; el son del órgano, á veces suave y apagado como la respiración de un niño que duerme, después fuerte y estentóreo como el resoplido de un gigante colérico; el coro grave, y los rezos quejumbrosos, todo esto impresionó de tal modo á nuestra viajera, que estuvo un buen rato pegada á la bóveda, sin, atreverse á descender, sobrecogida de admiración, piedad y respeto.

A ella, muy ocupada en correr el cerrojo de la puerta del corredor, que, como sabes, está siempre cerrada para evitar la corriente de aire. Espantado, quiero retirarme; imposible; me siento completamente paralizado. Al verme, ella se detiene, y, como sobrecogida de vergüenza, se oculta el rostro entre las manos.

Al volverse vió que quien había entrado en su celda no era el bufón, sino el cocinero del rey. Francisco Martínez Montiño venía mojado completamente. Su capa goteaba, ó por mejor decir, chorreaba la lluvia que había empapado sobre la estera de la celda. Era una de esas tardes lóbregas, en que parece que la Naturaleza, sobrecogida por un dolor silencioso, se cubre con un velo y llora.

¿Era que la noche antes, sobrecogida, aturdida del golpe, por llamar así su casamiento conmigo, la intensidad del dolor había comprimido sus lágrimas, anegado sus sollozos? Era indudable que Amparo se rendía a su dolor. Era indudable que Amparo sufría una desgracia inmensa. Y leía y releía aquellos papeles. ¡Cartas sin duda del hombre a quien amaba!

Enviose a llamar acto continuo al confesor de doña Gertrudis, y María se encargó de prepararla. ¡Caso raro! Doña Gertrudis, que durante su vida había pedido infinitas veces que le trajesen un confesor, sintiose sobrecogida, llena de espanto, cuando su hija le manifestó que debía disponerse.

La muchacha, sobrecogida, se replegó a un extremo del gabinete, y doña Rebeca, que acudió a saltitos menudos, se llevó las manos a la cabeza y empezó a lamentarse con agudas exclamaciones, engarzadas en su sarta habitual de refranes y agravios. ¡Cría cuervos y te sacarán los ojos!... Esta ingrata se quiere quitar el luto de mi pobre hermano.

Doña Manuela oía en silencio, sobrecogida con aquel inesperado disgusto, que aun para su escasa inteligencia era señal de otros mayores. La vehemencia de Tirso llegó a exacerbarse tanto, que la pobre vieja no pudo menos de decirle, casi con enojo: ¡Hijo, no manotees, que nos ve la gente!

Me parecía oír, mezclado con el ruido de las espumosas aguas, la voz de Teobaldo que me anunciaba el castigo y mi eterna condenación... y, sobrecogida de espanto, me resignaba a sufrir un suplicio más largo y más cruel...

Irenita se dirigió con precipitación a la sala. No estaban allí. Pasó luego al boudoir. Tampoco, ni se oía el más leve ruido. Entró en el gabinete. Nada. Entonces, sobrecogida de terror, de duda, de ansiedad, lanzóse hacia la alcoba oculta por cortinas de brocatel donde creyó percibir algún rumor.

Quiso huir; pero se detuvo sobrecogida, porque en la cercana tienda del rey sonaron gritos y juramentos y fuerte choque de armas. Varios hombres salieron de allí luchando, y una voz dijo: «muera el tirano,» y otras exclamaron: «¡han asesinado al reyEn efecto, así era: el héroe victorioso había sido sacrificado por sus ambiciosos generales, ávidos de repartirse el botín y apoderarse del reino.

Palabra del Dia

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