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Actualizado: 18 de junio de 2025
Dio algunas vueltas solo, saludando a diestro y siniestro con la amabilidad de costumbre, por máquina, sin ver apenas a quien saludaba. Aquel Glocester y su don Custodio habrían tenido buen cuidado de hacer rodar la bola.... ¡Las cosas que dirían ya los enemigos! Pero ¿qué le importaba a él?
Aquí, señora. Dádmela. No veo... no veo dónde está, señora. La abadesa se levantó y pidió una luz, que fué traída al momento. Entre el fondo iluminado de la parte interior del locutorio y la reja, había quedado de pie, escueta, inmóvil, la negra figura de la abadesa, semejante á un fantasma siniestro. No se la veía el rostro á causa de su posición, que la envolvía por delante en una sombra densa.
Pero la presencia del siniestro gañán de la imprenta, que inmóvil permanecía en medio de la sala, le hizo comprender la necesidad de concluir su obra, que reclamaban con furor los irritados cajistas y el inexorable regente. Tomó la pluma, y con facilidad notoria terminó de esta manera.
Al nacimiento de las aguas acudían los espectros de los muertos para unir sus sollozos con los quejidos lastimeros de los árboles y el murmullo del agua al chocar con las piedras; era también el punto de reunión de las bestias salvajes, en donde por las noches el siniestro duende se emboscaba detrás de una breña para lanzarse de un salto sobre los caminantes y convertirlos en cabalgadura suya.
Pues hazte cuenta que otro tanto me pasaba á mí repitió Velázquez con el mismo sosiego. Pues vámonos ya. Mira... Echaremos antes un cigarro, si te parece. Como quieras. Sacó el majo un cigarro puro y luego la navaja para picarlo. El fino cuchillo de Albacete brilló con resplandor siniestro á la luz de la luna. Antoñico se inmutó visiblemente. Toma dijo alargándole cortésmente el cigarro.
Don Fadrique echaba á volar su imaginación con vuelo siniestro. Hacía las suposiciones más extrañas y dolorosas. ¿Qué habrá sucedido? se preguntaba. Á las ocho de la noche, por último, el Comendador vió aparecer al P. Jacinto bajo el dintel de la puerta de su cuarto. Al verle, le dió un vuelco el corazón. El padre traía la cara más grave y melancólica que había tenido en su vida.
Apretó los puños y echó por aquella boca sapos y culebras, apartándose del balcón por no presenciar más tiempo un espectáculo que le enloquecía. Al volverse, su mirada se cruzó con la mirada del bruto de la imprenta, que inmóvil en medio de la sala, más feo, más horrible y siniestro que nunca, reclamaba las nefandas cuartillas. ¡Nada, nada, á rematar el artículo!
Inspeccionando sus obras y charlando, noté que su cabeza no estaba muy firme: la había desarreglado un asunto de familia. Su hermano pereciera en aquella playa que contemplábamos los dos, en una aventura cruel. El mar se le presentaba siniestro, le parecía que alimentaba cierta inquina contra él.
Marta se hallaba de nuevo sin conocimiento, las mejillas rojas, la frente cubierta de sudor, y siempre ese movimiento siniestro de los labios que se agitaban y chasqueaban sin interrupción. A eso de la una vino el doctor; le tomó la temperatura y notó una disminución de la fiebre. Aumentará y disminuirá todavía más de una vez dijo.
Su exasperación cesó de repente; pero sombrío y pensativo, guardaba el más profundo silencio con Teobaldo y conmigo. Parecía enteramente ocupado de un siniestro proyecto que absorbía toda su atención y le hacía olvidar a sus amigos. »Entretanto pasaban los días, y ya estábamos en la víspera del fijado para la realización del funesto enlace.
Palabra del Dia
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