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Actualizado: 18 de junio de 2025
Con grande ansiedad incorporóse bruscamente, inclinando el cuerpo fuera del lecho para buscar la luz, y pudo distinguir entonces en todos sus detalles la empresa del sello: era la escuadra y el compás cruzados en forma de rombo y la rama de acacia, emblema de los masones. Una sospecha terrible, una idea aterradora con visos ya de evidencia cruzó al punto por su mente cual un pájaro siniestro.
Si alguno, al caerse, entorpecía la marcha, oíase un insulto y un soldado venía blandiendo una rama, arrancada de un arbol, y le obligaba á levantarse, pegando á diestro y á siniestro.
Cuando la condesa entró en su boudoir, presentaba este un aspecto siniestro: la lámpara agonizaba en manos del negro, cuyos blancos dientes de marfil incrustado resaltaban en la oscuridad, como la sonrisa del genio del mal, complaciéndose en las tinieblas.
De vez en cuando brillaban sus ojos con siniestro fulgor, como si el alma del anciano fuera presa de un incendio, que se manifestara solo de tarde en tarde por una rápida explosión de cólera y momentánea llamarada. Esto lo reprimía el médico tan pronto como le era posible, y trataba entonces de parecer tan tranquilo como si nada hubiera sucedido.
Las calles presentaban un aspecto siniestro, casi todas solitarias, los balcones de las casas herméticamente cerrados, en las esquinas algunos centinelas con el fusil terciado; los pocos transeúntes que veíamos cruzaban velozmente, con ánimo, sin duda, de guarecerse en su casa lo más pronto posible, y sólo se detenían trémulos ante el «¿quién vive?» del soldado.
Pero, lejos de ser un personaje siniestro, don Recaredo era todo lo contrario: afable, hospitalario y benévolo como pocos.
Era, en el fondo, un hombre de rapiña, alegre y jovial, buen bebedor, buen amigo y en el interior de su alma bastante violento para pegarle un tiro a uno o para incendiar el pueblo entero. La madre de Martín presintió que, dado el carácter de su hijo, terminaría haciéndose amigo de Tellagorri, a quien ella consideraba como un hombre siniestro.
Por su obsesión de escribir renunció a todo y sacrificó los cincuenta años de su vida. Todos sus artículos, sus versos, sus libros, no le produjeron una sola peseta, ni pusieron una sola hoja de laurel sobre su ataúd pardo y siniestro de hospital. A veces el arte es demasiado cruel; deidad y vampiresa exige hasta la última gota de sangre de sus pobres ilusos.
Nadie, sin embargo, dejó de apretarse y estrujarse por estrechar la mano de la heroína del día y alcanzar, aunque sólo fuera desde lejos, alguna de las sonrisas de sus labios que a diestro y siniestro iba prodigando. Bailóse entonces, en honra suya, una especie de rigodón de honor, en que tomaron parte las damas más ilustres y los caballeros más empingorotados que se hallaban presentes.
En aquel punto asomó por la puerta un rostro que a Julián se le antojó siniestro, y acaso pensó otro tanto el marqués, pues preguntó impaciente: Vamos a ver, ¿qué ocurre? La yegua respondió Primitivo sin alzar la voz no sirve para el camino. ¿Por qué razón? ¿Puede saberse? Está sin una ferradura siquiera declaró serenamente el cazador.
Palabra del Dia
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