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Lo que le ruego es que me crea un hombre leal y franco, y no dude de mi buena voluntad y mejores propósitos. Quiero y puedo hacer mucho en favor de usted. En cambio, aspiro á que oiga V. mis consejos y á que los siga. Don Carlos oyó al Comendador atentamente y con muestras de respeto y deferencia. Luego le contestó: Sr.

La barca que saliera daría la voltereta antes de mover un remo. A ver: ¡gente que me siga! Hay que salvar a esos pobres. Era la voz ruda e imperiosa del capitán Llovet. Se erguía sobre sus torpes piernas, la mirada brillante y fiera, las manos temblorosas por la cólera que le infundía el peligro.

Pero Tales como todas las conciencias sencillas, una vez que veía lo justo, á ello iba derecho. Pedía pruebas, documentos, papeles, títulos, y los frailes no tenían ninguno y solo se fundaban en las complacencias pasadas. Pero Cabesang Tales replicaba: Si yo todos los días doy limosna á un pobre por evitar que me moleste ¿quién me obligará á despues que le siga dando si abusa de mi bondad?

La litera se puso en movimiento. ¿A qué vas al alcázar, hija mía? No voy yo, sino vos. Tomad. ¡Ah! ¡la orden de libertad de don Juan! ¡no se la has dado! ¡quieres que la devuelva al duque de Lerma y que el proceso siga! ¡haces bien! ¡ese no es digno de nuestra protección! ¡no amarte á ti que tanto le amas! ¡que tanto haces por él! ¡véngate! ¡ya que no sea tuyo, que no sea de la otra!

¿Por qué no se sienta usted? preguntóle doña Paula interrumpiendo su discurso. Estoy bien, señora; siga usted. Con aquella interrupción se turbó. No supo proseguir en algunos segundos. Al cabo murmuró: ¡Es una desgracia!... No sabe usted, señor Duque, lo que está pasando por en este momento. ¡Quisiera morirme! Y las lágrimas acudieron a sus ojos. Sacó el pañuelo, y ocultó el rostro con él.

Juan coge el manojo de llaves colgado de la pared y hace una seña a Gertrudis para que le siga. ¿Adónde vais? pregunta Martín alzando los ojos del libro. Una gallina está poniendo fuera del gallinero; dice vivamente Gertrudis. Vamos a buscar el nido. Y ni siquiera se pone colorada.

Y decidme: ¿habéis venido también á que yo siga salvando á don Juan? . ¿Y de qué modo puede ser eso? Impidiendo que me prendan. Porque preso yo, don Juan queda sin consejo, sin ayuda. No os prenderán ó he de poder poco. Se necesita además... ¡Qué!... Que engañéis á vuestro... ¿qué yo lo que es vuestro el tío Manolillo? ¡Ah! ¡infeliz!

No me siga... Nos veremos... Yo le buscaré... ¡Adiós!... ¡adiós! Y aunque Ferragut sentía la tentación de seguirla, permaneció inmóvil, viéndola alejarse con paso rápido, como si huyese de las palabras que había dejado caer ante el pequeño templo del poeta.

Si los azares de mi carrera me envían un día de guarnición a algún rincón de los Alpes o a alguna aldea perdida de Argel, ¿podré pedirle que me siga? ¿Puedo condenarla a esta existencia de mujer de soldado, que en suma es, más o menos, la existencia del soldado? ¡Pensad en la vida que lleva hoy, en todo ese lujo, todos esos placeres!... dijo el abate, esto es más serio que la cuestión dinero.

Solo siento de los paisanos criollos, á quienes ha sido mi ánimo no se les siga algun perjuicio, sino que vivamos como hermanos, y congregados en su un cuerpo, destruyendo á los europeos.