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Actualizado: 30 de junio de 2025
»Habitaba otra persona en el castillo, de la que necesito hablar a ustedes. Esta era el secretario de mi tío, Teobaldo Cuchi, un joven de corazón y de mérito, digno desde entonces del elevado puesto que llegó a ocupar más tarde. Hijo de un paisano calabrés, las escasas lecciones de teología que había recibido del cura de su aldea despertaron en él el deseo de instruirse.
Pasaba un señorón con un manto largo adornado de plumas, y su secretario al lado, que le iba desdoblando el libro acabado de pintar, con todas las figuras y signos del lado de adentro, para que al cerrarse no quedara lo escrito de la parte de los dobleces.
¿El secretario del señor obispo está arriba? preguntó al más próximo. ¿D. Cayetano?... Sí, señora, arriba está respondió uno de los más lejanos. ¿Podría hablar unas palabras con él? ¿Por qué no?... Le avisaré... Suba usted conmigo. Ascendieron ambos por la sucia escalera de D. Miguel, pues ni por la llegada del prelado se había limpiado. Tenga usted la bondad de aguardar un momento.
En los primeros días, acudí a mi secretario, Martín García Mérou, el más distinguido de los poetas argentinos de su edad y cuya fácil espontaneidad es bien conocida entre nosotros, pidiéndole que supliera mi inhabilidad absoluta en la métrica, haciendo frente a aquella avalancha. Lo intentó; tomó sus rimas obligadas, e inclinó la frente sobre el dorso del menú.
Escritas por Antonio Pérez, Secretario de Estado que fué del Rey Católico D. Felipe, segundo de este nombre, para el uso del Duque de Lerma, gran privado del Señor Rey D. Felipe III: Madrid, 1778, en 8.º»
Y, en esto, comenzó a llorar tiernamente; viendo lo cual el secretario, se llegó al oído del maestresala y le dijo muy paso: -Sin duda alguna que a esta pobre doncella le debe de haber sucedido algo de importancia, pues en tal traje, y a tales horas, y siendo tan principal, anda fuera de su casa. -No hay dudar en eso -respondió el maestresala-; y más, que esa sospecha la confirman sus lágrimas.
Bastardo, pero reconocido... ¿Y qué tiene que ver con nosotros...? Y tanto como tiene que ver. ¿Ignoráis que ese don Juan Téllez Girón es el que ha herido á vuestro secretario don Rodrigo? ¡Cómo! ¡si quien hirió á don Rodrigo, ayudado por Quevedo, fué un tal Juan Montiño, sobrino del cocinero mayor de su majestad! Es que ese Juan Montiño es don Juan Girón. Me estáis maravillando.
Antes de salir de casa, a eso de las diez de la mañana, habló don Andrés con el criado de mayor confianza y más listo que tenía. Era su secretario, su ayuda de cámara, su confidente favorito y al mismo tiempo su bufón, porque tenía mucho chiste: baste decir que hacía de Longino en las procesiones.
En el tiempo de que voy hablando, aportó a Río, como secretario de la Legación de Su Majestad Británica, un inglesito joven y guapo; probablemente tendría ya cerca de treinta años, pero su rostro era muy aniñado y parecía de mucha menor edad.
Como usted lo sabe, durante los dos últimos años se ha visto rodeado por aventureros y parásitos de todas clases, como les sucede siempre a los hombres ricos, a los cuales, Ford, su secretario, ha conseguido mantener a buena distancia. Puede ser que les fuera conocida la existencia de ese precioso objeto, y que mi pobre padre haya sido víctima de alguna trama infame.
Palabra del Dia
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