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Don Rodrigo Calderón, trocado de vuestro paje en vuestro secretario, y engordado con vuestros secretos, y con los empleos que vende, y con la justicia que rompe, se hace fuerte y os domina; la guerra de los Países Bajos, funesta guerra de religión que ningún provecho ha podido nunca traer á España, se encrudece, se hace desastrosa, es más, injusta, deshonrosa, porque nuestros soldados sin pagas, se convierten en una plaga de Egipto, rompen la disciplina, y nuestros valientes tercios son vencidos en las Dunas, en Ostende, en el Brabante, en todas partes, á pesar de la pericia y del valor de Espínola.

Apunte usted, secretario: estas gentes vienen a estudiar: me parece que los enviaremos al tribunal de Logroño... ¿Qué trae usted en la maleta? Libros... pues... Recherches sur... al sur ¿eh? este Recherches será algún autor de marina: algún herejote. Vayan los libros a la lumbre. ¿Qué más? ¡Ah! una partida de relojes, a ver... London... este será el nombre del autor. ¿Qué es esto?

Era una simple cuestión de secretarios: don Rodrigo lo era vuestro, y yo lo era del duque de Osuna; el duque de Osuna era enemigo vuestro, y por consecuencia, vuestro secretario debía serlo también del secretario del duque de Osuna.

Un secretario leyó en el Congreso la proposición de nuestro diputado, y el presidente dijo en seguida: El señor de los Peñascales tiene la palabra para apoyarla. Jamás oyó el aludido un estruendo tan horripilante como el que formaron estas palabras en sus oídos. La proposición, por sus extraños términos, había adquirido cierta celebridad en el Congreso, y el orador se estrenaba con ella.

Se necesita atrevimiento. ¡Pedirme dinero un hombre que, cuando debe, no hay medio de sacarle un real, y se enfada si una reclama lo suyo! Dice que le van a hacer secretario de un gobierno de provincia y qué yo qué... ¿ lo crees? Muy rebajada está la talla de los empleados; pero no tanto...».

Tengo que haceros un encargo muy importante. Un encargo importante... Don Francisco de Quevedo... ¡Don Francisco!... ¡ese hombre!... ¡enemigo del rey!... Os engañáis, madre mía. Secretario del duque de Osuna... Secretario de mi padre. ¡Ah! aún me parece un sueño que el duque de Osuna... pero y bien, ¿qué hay que hacer por don Francisco?

No tenía periódicos que hacer, y servía de secretario á los generales que mandaban las fuerzas revolucionarias.

Sucedió, pues, que, habiendo comido aquel día contra las reglas y aforismos del doctor Tirteafuera, al levantar de los manteles, entró un correo con una carta de don Quijote para el gobernador. Mandó Sancho al secretario que la leyese para , y que si no viniese en ella alguna cosa digna de secreto, la leyese en voz alta.

Don Francisco de Quevedo y Villegas, del hábito de Santiago, señor de la torre de Juan Abad, y secretario del virrey de Nápoles, solicita urgentemente y para asuntos graves, una audiencia de vuestra majestad. No me dejarán parar dijo el rey con disgusto . ¿Y quién ha dicho á don Francisco que yo estoy aquí?

Pero el General Otis actuó por primera vez de diplomático, y me escribió, por conducto de su secretario Mr.