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Actualizado: 8 de mayo de 2025


, señor continuó madama Scott, y por esto hemos tenido tanto gusto en recibiros hoy. No a todos habríamos dispensado la misma acogida, os lo aseguro. Ahora bien, podéis ya tomar vuestro cigarro; mi hermana espera desde hace rato. Juan no halló una palabra para responder.

Estudiaría su belleza para ponerla bien en el cuadro que le conviniera!... «Si él no estuviera ahí, se diría ella, yo sería menos lindaNo sólo sabría amarla, sino también divertirla. ¡Tendría amor y placeres en cambio de su dinero!... Vamos, Juan, un buen movimiento, llévame hoy a casa de madama Scott. No puedo, te lo aseguro.

«Pero, alma de Dios, ya que no trabaja usted... al menos despache menudencias dijo, parándose ante Rubín . Mire, allí está esa mujer esperando hace un cuarto de hora... Diez céntimos de diaquilón. En aquella gaveta está. Vamos, menéese». Rubín salía a la tienda y despachaba. «¿En dónde están los frascos de Emulsión Scott?». Mírelos, mírelos; si los tiene casi en la mano.

M. Scott se dejó convencer, y Zuzie, en los primeros días de enero de 1880, escribió la carta siguiente a su amiga Katie Norton, que desde hacía algunos años habitaba París: «¡Victoria, está decidido! Richard consiente. Llegaré en el mes de abril y volveré a ser francesa.

Si hubiera visto a madama Scott y miss Percival en su casa de París, en medio de todos los esplendores del lujo, en todo el brillo de su elegancia, las habría mirado de lejos, con curiosidad, como preciosos objetos de arte; luego habría vuelto a su casa y dormido, como de costumbre, lo más tranquila y apaciblemente del mundo. ; mas no había sucedido así, y de ahí nacía su asombro, su turbación.

Madama Scott y Bettina se detuvieron al ver esta inscripción grabada sobre la piedra: Aquí yace el doctor Marcelo Reynaud, cirujano mayor de los movilizados de Souvigny, muerto el 8 de enero de 1871, en la batalla de Villersexel. Rogad por él. Cuando concluyeron de leer, el cura designando a Juan, les dijo: ¡Era su padre!

Leímos al mismo tiempo los dos Rob Roy, Ivanhoe y Quintín Durward, y hablamos mucho de los personajes de las novelas del gran escritor. Yo encontraba a la hija del capitán cierto parecido con Diana Vernon, aunque Ana Sandow era más melancólica que la heroína de Walter Scott. Ana vivía a merced de los caprichos de su padre, viejo loco y egoísta, que no la dejaba hablar con nadie.

Mientras procuraba resolver este problema, Bettina, de repente, le dijo a media voz: ¡Señor Juan, señor Juan! ¿Señorita? Mirad al señor cura, se ha dormido. ¡Oh, Dios mío! yo tengo la culpa. ¡Cómo! ¿vos tenéis la culpa? preguntó madama Scott, en voz baja también. ... mi padrino se levanta al alba y se acuesta muy temprano; me recomendó mucho que no le dejara dormir.

Bueno es que un jóven sea literato; pero ¿de qué le servirá un brillante trozo de Walter Scott, ó de Víctor Hugo, cuando colocado al frente de un establecimiento sea preciso conocer los defectos de una máquina, las ventajas ó inconvenientes de un procedimiento, ó adivinar el secreto con que en los paises extranjeros se ha llegado á la perfeccion de un tinte?

Bueno, ya estamos en casa. Buenas noches, Zuzie, hasta mañana. Madama Scott fue a ver a sus hijos, y a besarlos dormidos. Bettina permaneció largo tiempo de codos en el balcón. Me parece se decía, que voy a tomar cariño a esta aldea. Al día siguiente, por la mañana, a la vuelta del ejercicio, Pablo de Lavardens esperaba a Juan en el patio del cuartel.

Palabra del Dia

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