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Actualizado: 22 de julio de 2025
Es el célebre gobernador de Pangasinan, un buen hombre que pierde el apetito cuando algun indio deja de saludarle... A poco más se muere si no suelta el bando de los saludos á que debe su celebridad. ¡Pobre señor! hace tres días que ha venido de la provincia y ¡cuánto ha enflaquecido! ¡oh! hé aquí al grande hombre, al insigne, ¡abre tus ojos! ¿Quién? ¿Ese de las cejas fruncidas?
Así es nuestra pecadora naturaleza. Como venía de la mesa malhumorado no hizo más que saludarle, encerrándose después en un silencio sombrío y poco cortés. Pero García estaba habituado a estos silencios y respetaba el carácter caprichoso y a ratos poco comunicativo de su amigo.
Cerca ya de la barraca, cuando oía los ladridos de su perro, que le había adivinado, vió un muchacho, un zagalón, que, sentado en un ribazo, con la hoz entre las piernas y teniendo al lado unos montones de broza segada, se incorporó para saludarle: ¡Bòn día, siñor Batiste! Y el saludo, la voz trémula de muchacho tímido con que le habló, le impresionaron dulcemente.
No le dé a usted cuidado, señor conde. Yo le aseguro que quedará contento de mí. Y después de saludarle con gravedad se separó del anciano, para ir a reunirse con su padrino. Amigo mío dijo a éste, es necesario que se vaya usted a pie hasta la barrera de la Estrella o que apechugue con el ómnibus, pues yo necesito el coche para una carrera más larga que todo eso.
Apartábanse las mujeres frunciendo los labios, sin dignarse saludarle, como es costumbre en la huerta.
Con este último había tenido, indudablemente, cierto trato, cuando el futuro gobernante de la República andaba echando sus discursos de tribuno republicano por los cafés del Barrio Latino. Al grandioso poeta lo había visto una vez nada más, confundido en una comisión de estudiantes que fué á saludarle á la vuelta de su destierro en Guernesey.
Ya debe usted suponer á lo que vengo dijo Lázaro sin saludarle: usted me conoce, usted me dió la libertad. Yo creía que desde entonces podía haber entre nosotros la amistad que á mí me imponía la gratitud; pero usted no ha querido; usted ha seducido y deshonrado á una pobre muchacha, á quien considero yo como mi hermana.
Una nueva mirada de aquellos ojos verdes: pero esta vez fría, amenazadora, algo así como un relámpago lívido, reflejándose en el hielo. No sé... contestó con una lentitud que parecía subrayar su desdén. Yo acostumbro a abandonar los sitios cuando me fastidio en ellos. Y tras una nueva pausa, miró a Rafael de frente, para saludarle con un frío movimiento de cabeza. Buenas tardes, caballero.
Cuando Rafael no tuvo más que decir, todos se fueron adentro sin saludarle. Satisfecha su curiosidad, despreciaban al gañán que les había hecho abandonar sus mesas precipitadamente. El aperador puso su jaca al galope, con el deseo de llegar cuanto antes a Marchamalo. María de la Luz no le había visto en dos semanas y le recibió con mal gesto.
Cuando llegó la hora de acostarse, fuime hacia el cuarto, me desnudé y me metí en la cama. Poco después de estar allí, cuando aún no me había dormido, llegó el intruso. Fingí que dormía para no saludarle. A la mañana siguiente levanteme temprano y fui a misa, según costumbre.
Palabra del Dia
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