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Actualizado: 17 de julio de 2025
Cubierto el puente de caliente sangre Izando al tope flámula de honor Ha visto la bandera de un Imperio Sepultarse entre el humo del cañon. Y al pasar por su costado Brown que el combate ordenaba Con su bocina de mando A los bravos saludaba. En el Juncal, donde con pecho fuerte Clamaban todos: «Libertad ó muerte!»
Don Timoteo saludaba por aquí, por allá; enviaba una sonrisita, hacía un movimiento de cintura, un retroceso, media vuelta, vuelta entera, etc., tanto que otra diosa no pudo menos de decir á su vecina, al amparo del abanico: ¡Chica, que filadelfio está el tío! ¡Mia que paese un fantoche! Despues, llegaron los novios, acompañados de doña Victorina y toda la comitiva.
Entretanto, el estropeado entró seguido de su perro, y sin cuidarse del mal ojo y sobreojo con que muchos le miraban, soltó sus palos y tomó asiento en el suelo entre la gente inferior de la familia, poniendo por trinchera de sus rodillas al perro, que asentado con mucha compostura sobre sus piernas, se apoyaba en las zarpas delanteras alzando el cuello, levantando las orejas y mirando atentamente a su bienhechora María, a quien saludaba de su mejor modo, moviendo mansamente la cola.
Ella, con su Chichí al lado, saludaba á las personas conocidas, cumplimentando luego á los novios. Otro día eran los funerales de un ex presidente de República ó cualquier otro personaje ultramarino que terminaba en París su existencia tormentosa. ¡Pobre presidente! ¡Pobre general!... Doña Luisa recordaba al muerto.
La modestia y la gracia con que saludaba enardeció aún más al público. ¡Qué mujer! Una verdadera señora; y en cuanto a buenos sentimientos, todos recordaban detalles de su biografía. Aquel padre anciano, al que todos los meses enviaba una pensión para que viviera con decencia: un viejo feliz, que desde Madrid seguía la carrera de triunfos de su hija por todo el mundo. Aquello era conmovedor.
Y ahora, desde su asiento, saludaba al diestro, llamándole Juaniyo, tratándole de tú, pavoneándose satisfecho cuando el novillero, atraído por tantos gritos, acabó por fijarse en él, contestándole con un movimiento de su estoque. Es mi cuñao decía el talabartero, para que le admirasen los que estaban junto a él . Siempre he creío que este chico sería argo en er toreo.
Y cuando un caballero apuesto y cortés, que saludaba mucha gente a su paso, se acercó, por lo mismo que vivía en esfera social más alta, más que a saludar, a proteger a Sol del Valle, cuando Juan Jerez llegó al fin al lado de la niña, y Lucía Jerez, que era quien de aquella manera la miraba, los vio juntos, cerró los ojos, inclinó la cabeza sobre el hombro como quien se muere; se le puso todo el rostro amarillo; y solo al cabo de algún tiempo, al influjo del aire que agitaban sus compañeras con los abanicos, volvió a abrir los ojos, que parecían turbios, como si hubiera cruzado por su pensamiento un ave negra.
Deslumbrado y fascinado, no veía a nadie más que a ella ni oía más que su dulce voz, que le saludaba con un gracioso: «¡Buenos días, mi capitán!» ¡Dios mío! ¡Qué bonita la había encontrado!
Sánchez era muy dado a pasear por ellos con zapatillas, le daba un vuelco en el corazón y le saludaba con una turbación que, lejos de disminuir, aumentaba cada día. He aquí el hombre se decía al apartarse de él en cuyas manos se encuentra mi felicidad o mi desgracia.
Y apesar de esta natural desconfianza, cambiaba sendos apretones de manos, saludaba á unos con una sonrisa fina y humilde, á otros con aire protector, y á algunos con cierta sorna como diciendo; ¡Ya sé! usted no viene por mí sino por mi cena. ¡Y el chino Quiroga tenía razon!
Palabra del Dia
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