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Actualizado: 17 de julio de 2025


Gallardo, siempre pálido y risueño, saludaba, repitiendo «muchas grasias», conmovido por el contagio del entusiasmo popular y orgulloso de su valer, que unía su nombre al de la patria. Una manga de «golfos» y greñudas chicuelas siguió al coche a todo correr de sus piernas, como si al final de la loca carrera les esperase algo extraordinario.

Y a pesar de estas y otras deferencias que, dicho sea de paso, él creía merecer, don Simón se echaba a la calle, de intento a pie, y nadie le saludaba ni le miraba con curiosidad.

Encontró a esta señora leyendo en el terrado que se prolongaba entre la puerta de su salón, mientras que sus dos hijos de blondas cabelleras jugaban a sus pies. ¡Dios mío! ¿qué sucede? decía la vizcondesa a Pierrepont que la saludaba ; ¿qué hay?... ¡Qué pálido está usted!... ¿Está usted malo?

Dio algunas vueltas solo, saludando a diestro y siniestro con la amabilidad de costumbre, por máquina, sin ver apenas a quien saludaba. Aquel Glocester y su don Custodio habrían tenido buen cuidado de hacer rodar la bola.... ¡Las cosas que dirían ya los enemigos! Pero ¿qué le importaba a él?

La última vez que los vió, antes de doblar un recodo del sendero, el más joven de los saltimbanquis se había subido sobre los hombros de su compañero y desde aquella altura lo saludaba con dos banderolas de chillones colores, que agitaba sobre su cabeza. Roger les hizo un ademán de despedida y emprendió sonriente el camino de Munster.

Prevaleció el amaneramiento de decir siempre que los tiempos eran muy malos, pero muy malos; el lamentarse de la desproporción entre sus míseras ganancias y su mucho trabajar; subsistió aquella melosidad de dicción y aquella costumbre de preguntar por la familia siempre que saludaba á alguien, y el decir que no andaba bien de salud, haciendo un mohín de hastío de la vida.

Es muy cierto que no veía gota, y que saludaba a veces a una figuranta tomándola por una estrella; pero marchaba siempre con el aire resuelto de un Alejandro al entrar en Babilonia. Por eso las muchachas del cuerpo de baile, que se complacen en poner remoquetes a las personas, lo habían bautizado con el sobrenombre de Vencedor.

El capitán le llamaba «el perro de doña Cristina» por la protección que le dispensaba la señora y la adhesión absoluta con que él le correspondía. Aresti despreciábale por las sonrisas con que saludaba su parentesco con el amo.

Saludaba afablemente á los oficiales, sintiendo no poseer su idioma para entablar con ellos amistosas conversaciones. El capitán le tenía acostumbrado á tal familiaridad. Eran dos pilotos que la movilización había convertido en tenientes auxiliares de la marina de guerra.

El discurso iba acompañado de alusiones al mareo de los viajeros, al tributo que sus estómagos trastornados rendían al inmenso azul, para mejor alimento de los peces; y cada chiste que el marinero disfrazado iba soltando, como una lección aprendida de memoria, lo saludaba el público con carcajadas iguales a las de una escuela en libertad.

Palabra del Dia

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