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Actualizado: 14 de julio de 2025
Dos o tres piedras chocaron contra la caja de la carretela, quedó herido el lacayo, una moza de fuerzas hercúleas metió un garrote entre los radios de una rueda y apalancando con alma para que no se moviera el coche, faciltó que por la trasera de éste treparan varias chicuelas ansiosas de arrancar de los sombrerillos las primorosas flores pagadas en París a peso de oro.
Gallardo, siempre pálido y risueño, saludaba, repitiendo «muchas grasias», conmovido por el contagio del entusiasmo popular y orgulloso de su valer, que unía su nombre al de la patria. Una manga de «golfos» y greñudas chicuelas siguió al coche a todo correr de sus piernas, como si al final de la loca carrera les esperase algo extraordinario.
Bien poco trabajo le costó hacerse a la vida y costumbres de colegiala. Parte de esta fortuna se la debía a las condiciones de su carácter acomodadizo y placentero; algo al no muy estimulante recuerdo de su perdida libertad, y el reto a la feliz circunstancia de no haberse visto un solo día verdaderamente aislada en aquel hervidero de chicuelas de todas castas, edades, temperamentos y naciones.
Después que despachó su tarea, se dio a pensar en su hija, que en aquellos momentos estaba en su tocador. Luz andaba algo preocupada con la indisposición de Ángel: cosas de chicuelas enamoradas. La marquesa ignoraba lo del grave punto que había quedado pendiente la antevíspera entre los dos interesados.
Y la señora permaneció algunos instantes contemplando el aspecto fantástico de la plaza con tan original iluminación. Una lluvia de estrellas había caído sobre el Mercado. Los empujones de la multitud la volvieron a la realidad. Fue a salir de la plaza, cuando otra vez la detuvo el escuadrón perseguido de chicuelas vendedoras. Ahora no corrían.
Que hicieran las locas chicuelas lo que les pareciese; le tenía completamente sin cuidado... Se figuró que en aquel momento la muchacha refería a compañeros suyos de ambos sexos que un espía le había perseguido. Como es natural, se indignarían, murmurarían, cerrarían los puños. ¡Qué idiotas!
Vamos que merecías una zurra, como las chicuelas malcriadas que hacen alguna diablura. Y su mano blanca se movía tras la rejilla con burlona expresión de amenaza. Tú, que eres aficionada á lecturas como todas las jovencitas del día, pídele á tu madre un libro titulado «La entrada en el mundo.» Si ella no lo tiene, te lo dará tu primo Urquiola que seguramente lo sabe de memoria.
Los farolillos venecianos formaban gigantescos pabellones de una claridad difusa. En la entrada de la Alameda apelotonábase el gentío, y por entre la masa de espaldas arqueadas y codos en punta pasaban las floristas con su cesto de mimbres erizado de ramilletes y las chicuelas desgreñadas, con el cántaro en la cadera y el turbio vaso en la mano, pregonando: «¡Al aigua fresqueta!»
Ahora, las chicuelas que vendían sin licencia corrían perseguidas hacia la calle de San Fernando, y otra vez el rebaño de la miseria, greñudo, sucio, con las ropas caídas, pasó azorado y veloz con triste chancleteo, arrollándolo todo, mostrando la palidez del hambre a la muchedumbre glotona y feliz. Doña Manuela dio sus órdenes. Podían regresar los dos a casa y volver Nelet con la espuerta vacía.
En el atrio, un mendigo se le aproximó, con esa solicitud de todos los parásitos que viven á la sombra de un monumento frecuentado por viajeros. De una barraca, situada junto á la escalinata, en la que se vendían fotografías y objetos piadosos, salieron corriendo dos chicuelas para ofrecerse igualmente. ¿El señor deseaba ver la casa de San Ignacio?...
Palabra del Dia
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