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Actualizado: 13 de junio de 2025


Mientras Novoa sonreía otra vez, el coronel insistió en su admiración. ¡Parece imposible que la ruleta haga tantos milagros!... Y sólo podemos hablar de lo que esta á la vista. El juego ha costeado ese puerto de La Condamine tan bonito: un puerto de yates, con sus muelles elegantes que son paseos. Debe haber intervenido igualmente en la restauración del castillo de los príncipes.

Tenía mal gesto; pero olvidaba su propio infortunio para consolarse con el relato de las desgracias de Alicia: Después de perderlo todo en el «treinta y cuarenta», apareció á última hora con más dinero: un fajo de billetes de mil francos... Y ella, que no siente predilección por la ruleta, se lanzó á la ruleta. ¡Qué modo de jugar!

El día en que se le encontrara un flaco a la ruleta, la banca se arruinaría, y la ruleta dejaría de existir. Mientras exista la ruleta es que no se le ha descubierto la menor imperfección. Y ¿usted ha visto qué equidad la de la ruleta? Si con un duro quiere usted ganar otro duro, tiene usted un 50 por 100 de probabilidades en contra, y si quiere usted ganar dos duros, tiene usted un 75.

Las dos y media.... Se contempló de pies á cabeza en un espejo: traje gris obscuro, zapatos amarillos, un fieltro blanco de anchas alas echado sobre los ojos para evitar el sol. Nadie había visto así al príncipe. De lejos podían confundirle con un viajero de los que visitan de pasada la Costa Azul y vienen á conocer una tarde la ruleta de Monte-Carlo, marchándose en seguida. Las tres.

Desde allí salió a recorrer con rapidez y por pocos meses la Alemania y la Italia, y desde allí fue a solazarse, durante los veranos, en Baden, Wiesbaden y Homburgo, donde había treinta y cuarenta y ruleta, y donde asistía multitud de ninfas sabias y elegantes, más aptas que Egeria para adoctrinar, pulir y dar charol a los modernos Numas.

Además, despreciaba el Casino, con sus puestas limitadas, su ruleta y su «treinta y cuarenta», juegos casi mecánicos en los que no se ve enfrente á un banquero, sino á simples empleados, lo que da la impresión de estar luchando con una máquina formidable, pero de funcionamiento monótono, sin fantasía, sin alma. Ella necesitaba el baccará.

Todo lo había dejado en la ruleta, absolutamente todo. En el hotel había pedido que anotasen su almuerzo, entregando sus últimos francos á los camareros como propina. Alicia acogió su preocupación con grandes risas. ¡Un Lubimoff no teniendo con qué pagar á un cochero de punto!... Unicamente en Monte-Carlo podían verse estas cosas. Yo pagaré, pobrecito mío.

La ruleta permanecía inmóvil; las barajas estaban sin abrir sobre la mesa verde; pasaban las buenas mozas por la acera sin que asomasen a las ventanas de los casinos los grupos de cabezas lanzando requiebros y maliciosos guiños.

Todo el rebaño masculino que con la flor en el ojal y el monóculo hundido en la ceja bailaba y aventuraba luises en la ruleta, desde Niza a Monte Carlo, la miraba con avidez y respeto, como un caballo de raza que acabase de ganar el Gran Premio en las carreras. ¡Ah! ¡La Brunna! decían con entusiasmo. La querida del rey Ernesto... una gran artista.

Al día siguiente hizo averiguaciones para conocer con exactitud lo ocurrido; y los calaverillas de la Bolsa, que sabían lo de la riña, le enteraron con una exactitud cruel. Quien había aporreado a su hermano era Roberto del Campo. Los dos cenaron en un restaurant para conmemorar los buenos golpes que habían dado en la ruleta del Sportsman Club.

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