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Actualizado: 21 de junio de 2025


No ha menester mayor río Madrid dijo don Cleofás , pues hay muchos en él que se ahogan en poca agua, y en menos se ahogara aquel regidor que entró en el Ayuntamiento de las ranas del Molino quemado . ¡Qué galante eres dijo el Cojuelo , don Cleofás, hasta contra tus regidores! Bajándose con esto de la azutea, y la Rufina protestando al Cojuelo que le había de cumplir la palabra al día siguiente.

No, si yo no comparo... Pero, señores, señores, digo yo repetía doña Rufina ¿cuándo ha visto Ana que una señora fuese en el Entierro detrás de la urna con hábito, o lo que sea, de nazareno?... , verlo, lo ha visto. Lo hemos visto en Zaragoza... por ejemplo. Pero yo no si aquellas eran señoras de verdad.... Y además, no irían descalzas dijo Obdulia.

Aquella escasa vigilancia a que la Marquesa se creía obligada cuando sus hijas vivían con ella, había desaparecido. Era el único consuelo de tanta soledad. En tiempo de ferias, doña Rufina hacía venir alguna sobrina de las muchas que tenía por los pueblos de la provincia. Aquellas lugareñas linajudas esperaban con ansia la época de las ferias, cuando les tocaba el turno de ir a Vetusta.

El usurero, excitadísimo, se abrazó á tan débil esperanza como el náufrago se agarra á la flotante astilla. Viviría, ¡pues no había de vivir! Papá le dijo Rufina llorando, pídeselo á la Virgen del Carmen, y déjate de Humanidades. ¿Crees ?... Por no ha de quedar. Pero te advierto que no habiendo buenas obras no hay que fiarse de la Virgen.

Y sin más preámbulo voy a empezar por la flamante novela titulada Justa y Rufina, cuyo autor es el presbítero D. Juan F. Muñoz Pabón. La sencillez y castiza naturalidad del estilo hacen simpática dicha novela desde que se lee la primera página y nos estimulan a proseguir y a terminar su agradable lectura.

¡Ay, señor! dijo la tal Rufina , comience vuesa merced, que será mucho de ver; que yo cuando niña estuve en la Corte con una dama que se fué tras de un caballero del hábito de Calatrava que vino a hacer aquí unas pruebas, y después me volvieron mis padres a Sevilla, y quedé con grande inclinación a esa calle, y me holgaría de volverla a ver, aunque sea en este espejo.

¡Absurdo! dijo don Fermín ; esta tarde al campo... al Vivero.... ¡A comer, a comer! gritó la Marquesa desde la puerta del salón donde acababa de recibir la noticia. ¡Santa palabra! exclamó el Marqués. Cada cual dijo algo en honor del nuncio, y todos hablando, gesticulando, contentos, «sin ceremonias», que eran excusadas en casa de doña Rufina, pasaron al comedor.

Los que atraviesan en aquel coche agora son el Marqués de Jódar y el Conde de Peñaranda, del Consejo Real de Castilla, ambos Simancas de la jurispericia como de la nobleza. ¿Quién son aquellos dos mozos que van juntos preguntó Rufina , de una misma edad, al parecer, y que llevan llaves doradas?

Gana me da, si pudiera dijo la Mulata , de dalle mil besos. En país está dijo don Cleofás , que tendrá el original bastante mercadería de eso; que esta ceremonia dejó Judas sembrada en aquellos países . ¡Oh, cómo me pesa dijo la Rufina que va anocheciendo, y encubriéndose el concurso de la calle Mayor!

Hipógrifo violento que corriste parejas con el viento. Después supo que esto lo suprimían. «¡Qué escándalo!». Pero, niña prosiguió demasiado nos honra la Marquesa. ¿Qué honra ni qué calabazas?... pero ha de venir. No señora; es inútil insistir. Disputaron mucho tiempo; pero al fin doña Rufina, que también quería ver empezar, cedió y se llevó a don Víctor, que hizo algunos remilgos.

Palabra del Dia

rigoleto

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