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Además allá comían a la francesa, aunque doña Rufina solía cambiar las horas y comer a la que se le antojaba. De todas suertes, los días de Paquito Vegallana no solían celebrarlos con gaudeamus, ni él estaba invitado ni... con todo... dejó aquella visita para última hora. Y ¿por qué había de preferir la mesa de los marqueses a la de Páez, no menos espléndida?

La Rufina María estaba sin juicio mirando tantas figuras como en aquel teatro del mundo iban representando papeles diferentes, y dijo al Cojuelo: Señor Güésped, enséñeme al Rey y a la Reina; que los deseo ver y no quiero perder esta ocasión.

Su temperamento, o mejor diré su carácter, debe de ser jovial, apacible y sereno, calidades todas que ya en Justa y Rufina se mostraron, haciendo simpática la obra, y que en su nueva novela, titulada El buen paño....., se muestran más graciosa y resueltamente. La acción de esta novela no puede ser más sencilla.

¡Ay, señor! respondió la Rufina María , si son de la nigromancía , me pierdo por ellas; que nací en Triana, y echar las habas y andar el cedazo mejor que cuantas hay de mi tamaño, y tengo otros primores mejores, que fiaré de vuesas mercedes si me la hacen, aunque todos los que son entendidos me dicen que son disparates.

Visitaba pocas casas y muchas huertas; sus grandes conocimientos y práctica hábil en arboricultura y floricultura, le hacían árbitro de todos los parques y jardines del pueblo; conocía hoja por hoja la huerta del marqués de Corujedo, había plantado árboles en la de Vegallana, visitaba de tarde en tarde el jardín inglés de doña Petronila; pero ni conocía de vista al Gran Constantino, al obispo madre, ni había entrado jamás en el gabinete de doña Rufina, ni tenía con el marqués de Corujedo más trato que el del Casino.

Y aquellas gradas que están allí enfrente prosiguió la tal Rufina María , tan llenas de gente, ¿de qué templo son, o qué hacen allí tanta variedad de hombres vestidos de diferentes colores? Aquéllas son las gradas de San Felipe respondió el Cojuelo , convento de San Agustín, que es el mentidero de los soldados, de adonde salen las nuevas primero que los sucesos.

El Cojuelo le respondió: Este es el almirante de Castilla don Juan Alfonso Enríquez de Cabrera, duque de Medina de Ríoseco y conde de Módica, terror de Francia en Fuenterrabía. ¡Ay, señor! dijo la Rufina . ¿Aquél nos echó los franceses de España? Dios le guarde muchos años. El y el gran Marqués de los Vélez respondió el Cojuelo fueron los Pelayos segundos, sin segundos, de su patria Castilla.

Y tras ellos, el Conde de Fuensalida, con don Jaime Manuel, de la cámara de su Majestad y hermano del Duque de Maqueda y Nájara , que hoy gobierna el tridente de ambos mares. Dígame vuesa merced, señor Licenciado dijo la Rufina : ¿qué casas sumptuosas son estas que están enfrente destas joyeras?

Doña Petronila se despidió antes de que el atribulado ex-regente pudiera echarle el tanto de culpa que la correspondía en aquella aventura que él reputaba una desgracia. Vamos a ver, Quintanar preguntó la Marquesa con verdadero interés y mucha curiosidad.... Señora... mi querida Rufina... esto es... que como dice el poeta... ¡No podían vencerme... y me vencieron...!

Estas calumnias le servían de desahogo y si le preguntaban el motivo de su inquina, contestaba: «Señores, yo me debo a la causa que defiendo, y veo con tristeza, con grande, con profunda tristeza que esa señora, la Marquesa, doña Rufina, en una palabra, desacredita el partido conservador-dinástico de Vetusta». Después de saborear el tributo de admiración del público, Ana miró a la bolsa de Mesía.