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Actualizado: 21 de junio de 2025
Al propio tiempo soltaba de su fruncida boca un rugido feroz y espumarajos. Las contracciones de las extremidades y el pataleo eran en verdad horrible espectáculo: se clavaba las uñas en el cuello hasta hacerse sangre. Así estuvo largo rato, sujetado por Bailón y el carnicero, mientras Rufina, transida de dolor, pero en sus cinco sentidos, era consolada y atendida por Quevedito y el fotógrafo.
La que se le anunciaba podía ser insignificante, como otras. No obstante, en la voz de Rufina había cierto temblor, una veladura, un timbre extraño, que dejaron á Torquemada frío y suspenso. «Yo creo que no es cosa mayor prosiguió la señorita. Parece que le dió un vahido. El maestro fué quien lo trajo... en brazos.»
Pues señor, revienta Doña Silvia, y empuñadas por Rufina las riendas del gobierno de la casa, la metamorfosis se marca mucho más. A reinados nuevos, principios nuevos. Comparando lo pequeño con lo grande y lo privado con lo público, diré que aquello se me parecía á la entrada de los liberales, con su poquito de sentido revolucionario en lo que hacen y dicen.
Contóme Rufina que tu vivienda es un cubil, una inmundicia hecha con adobes, tablas viejas y planchas de hierro, el techo de paja y tierra; me dijo que ni tú ni tus nietos tenéis cama, y dormís sobre un montón de trapos; que los cerdos y las gallinas que criáis con la basura son allí las personas; y vosotros los animales. Sí: Rufina me contó esto, y yo debí tenerte lástima y no te la tuve.
El epílogo de la novela es también muy moral, muy religioso y muy tierno. Justa, transformada en hermana de la Caridad, recibe a Rufina que ha ido precipitándose hasta lo más hondo de la abyección y del vicio, cuida de ella y generosa y santamente la perdona. Críticos sevillanos, al otorgar al Sr.
Subiéndose las gafas que se le habían deslizado hasta la punta de la nariz, prosiguió así: «Pues conmigo no juega. Le pongo en la calle como tres y dos son cinco. Tendré que hacer un esfuerzo, porque le quiero como debe de quererse a los hijos... ¡Yo que tenía la ilusión de casarle con Rufina o al menos con Olimpia!... No, me gusta mucho más Rufina Torquemada. Cuidado que soy tonta.
Si no se calla le rompo la cara.... Lo mismo me da á mí el grandísimo todo que la grandísima nada y el muy piojoso que la inventó. Déjeme, suélteme, por la condenada alma de su madre, ó....» Entró Rufina otra vez, traída por dos amigas suyas, para apartarla del tristísimo espectáculo de la alcoba. La pobre joven no podía sostenerse.
Vio más lejos el convento de la Trinidad, en el mismo terreno que ocuparon las cárceles romanas; y el subterráneo en que tuvieron encerradas a las Santas Vírgenes Justa y Rufina, patronas de la ciudad. En este subterráneo se ha erigido un altar, en cuyo centro se conserva un pilar de mármol, al que estuvieron atadas las santas, y en que grabaron con sus débiles dedos una cruz que se ve todavía.
A las once todavía charlaba con Rufina, su pobre mujer, que se revolvía inquieta en la cama hablando de los negocios. No podían marchar peor. ¡Vaya un verano! En el anterior, los atunes habían corrido el Mediterráneo en bandadas interminables.
So... sí... si... mo... Saturno bebió una copa de champaña acto continuo. Lo de pollo le había halagado. A la Marquesa se le ocurrió el disparate, tal vez sugerido por las nieblas del sueño, de mirar muy fijamente a Bermúdez, y ponerle unos ojos que ella sabía que in illo tempore mareaban a cualquiera. ¿Por qué no se casa usted? preguntó doña Rufina seria y melancólica, al parecer.
Palabra del Dia
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