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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Cayeron dos de aquellos hombres, y los otros, espantados de aquel ruido, que no habían oído hasta entonces, y de la muerte súbita de sus compañeros, dieron a huir a todo correr lanzando gritos de terror. Cornelio atravesó de un salto la línea de fuego, arrancó de las espaldas del espantado prisionero, las hojas encendidas, y con sus robustos brazos le sacó de allí colocándole al pie de un árbol.
Se veían gigantescos tecks, cuyos robustos troncos tenían setenta pies de altura y sostenían madejas de bejucos y de nefentes; mangostanos, parecidos a nuestros olmos, pero cargados de frutas gruesas como naranjas, con la carne violeta obscura y delicadísima al paladar; soberbios árboles del pan, cuyas frutas tienen una pulpa grisácea, que asada se parece en el sabor a las batatas; magníficos arenghes sacaríferas, especie de palmas con largas hojas plumadas, de las cuales se saca una especie de crin vegetal, que se emplea en la fabricación de ciertas vistosas telas, y cuyo tronco da por incisión un jugo dulce, que si se le hierve se reduce a azúcar; árboles de coco, muy cargados de fruta, y muchísimos gambirs, plantas que dan un líquido especial empleado con éxito para fijar los colores en las sedas y tisúes de lujo.
Parecía uno de ellos hombre de veinticinco años de edad, de barba y ojos negros, airoso talle, anchas espaldas, robustos hombros y rostro hermosísimo. En todo él había además algo de noble, raro y peregrino, como procedente de tierras extrañas, y en el gesto y en los ademanes un no sé qué de soberbio e imperativo que infundía involuntariamente respeto. Era el otro jinete mozo barbilampiño.
Mas en cambio de estos apuros tenía compensaciónes: la planchadora se mostraba amable y generosa a ratos: algunas veces le levantaba entre sus robustos brazos y le tiraba al aire volviendo a recogerle; le daba vivos y sonoros besos; le llamaba pichoncito, rico mío, querido, y le estrechaba con tal fuerza contra su seno, que andaba cerca de asfixiarle.
El círculo en que le tenían se estrechaba cada vez más; el desdichado joven vió cien manos sobre su cuerpo; se sintió cogido, como si una culebra se le enroscara echándole fuertes nudos y apretándole en sus robustos anillos. El vocerío, el calor, la angustia, la vergüenza, le aturdieron hasta el punto de hacerle perder la claridad del conocimiento.
Sobre robustos pedestales exhibíanse los doce apóstoles; pero tan desfigurados, tan maltrechos, que no los hubiera conocido Jesús: los pies roídos, las narices rotas, las manos cortadas; una fila de figurones, que más que apóstoles parecían enfermos escapados de una clínica mostrando dolorosamente sus informes muñones.
Los robustos brazos tiraban con fuerza de la cuerda, manteniéndolo junto a la orilla. Arriba en el puente, entre los grupos corría la noticia de la expedición, pero agrandada y desfigurada por los curiosos. Se trataba de salvar a una pobre familia refugiada en la techumbre de su casa, mísera gente que iba a perecer de un momento a otro.
Ahí están en corroboración de lo que decimos los nobles brutos de los escuadrones que mandan los capitanes Iglesias, Perdomo y Amiel, que después de dos meses de incesante y cruenta labor, se conservan en inmejorables condiciones, y tan frescos, saludables y robustos, como si no hubieran salido del campamento de Columbia.
Cuando se embarcaba, se internaba más que nunca en el mar y sus brazos robustos encontraban un placer en impulsar los remos; cualquiera que fuese el objeto de su visita, un encanto invisible lo atraía siempre cerca de Germana, lo mismo por tierra que por mar; se volvía hacia ella como la brújula a la estrella, sin tener conciencia del poder que lo atraía.
Hallábase esta sola, alumbrada por una luz que ya agonizaba, de rodillas en el suelo y apoyando sus brazos en el asiento de una silla, en actitud de orar devota y recogidamente. Alarmose al ver entrar a un hombre tan a deshora en su habitación, y a su fugaz alarma sucedió el asombro, observando la carga que Golfín sobre sus robustos hombros traía.
Palabra del Dia
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