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Actualizado: 16 de octubre de 2025
De estas dos desgracias podríamos hacer una felicidad, si el mundo no fuera lo que es, esclavitud de esclavitudes y toda esclavitud... Me parece que la estoy viendo cuando le dije aquello... ¡Qué risita, qué serenidad, y qué contestación tan admirable! Me dejó pegado a la pared.
Díjose luego que, desde una ventana del hotelito escondido, había él presenciado la escena, con las manos a la cabeza, sacudiendo la cabezota, dejando oír su risita de cazurro, de paleto empingorotado. ¡Ju, ju, ju, ju!...
Gonzalo dejó hablar al Marqués, que fué prolijo hasta la impertinencia, sin pestañear, afectando una tranquilidad que no sentía. Está bien dijo cuando terminó. Acepto, desde luego, el desafío. Estoy pronto a realizarlo como y cuando ustedes gusten... Un poco original es añadió, al cabo, con risita nerviosa, que disfrazaba mal la cólera que le dominaba.
Atónito el ministro retrocedió bruscamente en la butaca, soltando una palabrota: mas Currita, sin ofenderse por ella, ni asombrarse tampoco, dejóse caer de nuevo en su almohada como si tal cosa, diciendo con su cándida risita: ¡Vamos, vamos, Martínez!... Preciso será que se ponga usted dos parches de patata... ¡Eso refresca mucho!...
Lo dijo con una inflexión de voz tan extraña, tan aguda y estridente, que Luis sintió un escalofrío. ¿Qué quieres decir con eso? Lo que he dicho; que por fortuna tengo a Josefina para resarcirme. ¡Es que lo dices de un modo tan raro! La valenciana dejó escapar una risita singular que salía allá del fondo de la garganta y sonaba de modo siniestro. Luis la miraba fijamente, cada vez más inquieto.
Mas cortés era la señora baronesa de Tunder-tentronck, dixo entre sí Candido. Acercóse en esto el abate al oido de la marquesa, la qual se medio-levantó de la silla, honró á Candido con una risita agraciada, y á Martin haciéndole cortesía con la cabeza con magestuoso ademan; mandó luego que traxeran á Candido asiento y una baraja, y este perdió en dos tallas diez mil duros.
El viejo pastor la sostuvo sin pestañear. El pintor se emparejó con la dama exclamando con risita irónica: ¡Parece que Eumeo sigue aborreciendo como antes a los pretendientes! Elena no dijo nada y siguió caminando con paso vivo hacia la casa. Una cólera sorda rugía dentro de su pecho y tenía miedo de dejarla estallar donde pudieran verla.
Rosquillas de una pasta con cierto dejo amargo, cubiertas con una capa tersa de azúcar; tortas que parecían de cartón, pegadas a un papel grasiento, y confites agridulces, que se deshacían en la boca y llevaban en la huerta el extraño nombre de suspiros. La señora dio las gracias, con una risita de conejo. Bien sabía lo que costaban esos productos de la confitería rústica.
Limitémonos a indicar el hecho sin tratar de analizarlo, y veamos lo que hizo Currita aquella tarde en casa de la duquesa de Bara. Esta se había incorporado en su asiento, y Currita llegó hasta ella, saludando a derecha e izquierda, al son del himno de doña María Victoria, siempre con su cándida risita: ¡Gracias! ¡Gracias, amado pueblo!
Yo apostaría a que son personas pudientes los padres de esta niña replicó el marica. ¡Adiós! ¡ya se nos va Manuel Antonio al folletín! exclamó la dama con una risita nerviosa. Las personas pudientes no dejan a sus hijos envueltos en estos andrajos. En efecto, la niña venía cubierta por unos trapos miserables y una manta raída y sucia.
Palabra del Dia
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