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Y los dos borrachos, agarrados fraternalmente de los hombros, con las húmedas nances casi juntas, asomábanse a la puerta del cafetín con risita maligna al pensar que molestaban al dueño. ¡Fuego...! ¡fuego...! Y después de gritar se metían apresuradamente en la taberna, fingiendo susto, como chicuelos que acaban de hacer una travesura. Los organizadores de la falla se resistían.

Don Jaime se puso aún más pálido. Dió una vuelta por la estancia arrugando con mano crispada el gorro turco, dejó escapar una risita sarcástica, y volviendo a plantarse delante de doña Paula, dijo con burlona arrogancia: ¿De modo, señora, que me echa usted de su casa? ¿Yo, señor Duque?... ¡Qué idea!... Lo que quiero únicamente es devolver la calma a mis hijos, y evitar un choque...

Pero aquella risita se apagó al cabo. Sintió un desasosiego extraño, cierto abatimiento que hizo flaquear sus piernas. Detúvose un instante: le acometieron deseos de volverse y espiar de nuevo a la pareja que dejaba allá en el Campo de los Desmayos. El temor de ser notada la contuvo.

Conté sencillamente cómo había sido nuestro conocimiento y cómo la había amado sin saber si era rica o pobre, incitado, más que por nada, por su carácter franco y abierto y por la bondad de su corazón... Aquí doña Tula dejó escapar una risita irónica, y el enano sacudió su cabeza de tal modo que las colas de zorro dieron varios paseos por la pared en un segundo.

Tenía las mejillas encendidas y los ojos asustados. Procuraba evitar el encuentro con los de su penitenta, que sentía posados constantemente sobre él. Por atracción irresistible o por casualidad llegó un momento en que se cruzaron sus miradas. La joven dejó escapar una risita maliciosa. El sacerdote apartó prontamente la vista y permaneció grave, como si no la hubiera advertido.