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Actualizado: 28 de mayo de 2025


No: ¡yo!... ¡yo! Era la duquesa; ya no tenía por qué fingir indiferencia. Aquel dinero era suyo. Se había transfigurado al salir de su mutismo expectante; sus ojos brillaban con un resplandor triunfal; tenía la frente sudorosa; le latían las mejillas, intensamente pálidas.

Detrás del bosque de pinos, cuya corona sombría y silenciosa domina todo ese movimiento, se enciende un resplandor de oro; dentro de media hora la luna verterá sobre aquella escena su luz sonriente. Juan avanza a pasos lentos entre las tiendas; se detiene delante de la posada de la Corona y mira por la ventana.

Y vi en la misma austeridad con que está educada la garantía de que para Clarita no podía ser el matrimonio el medio de satisfacer y aun de santificar, merced á un lazo sagrado é indisoluble, una pasión violenta, profana y algo impía, ya que consagra al hombre cierta adoración y culto que á sólo Dios se debe, y una ilusión caduca, efímera, que se disipa tanto más pronto cuanto más vivo y ardiente es el resplandor con que la fantasía la finge y colora.

Principia á oscurecer, aunque hace rato que se han encendido los faroles; miles de luces oscilan en todas partes á impulsos del viento; no hay árbol, ni arbusto, ni columna, ni espacio de barrera, en donde no aparezca un resplandor.

Era él, el miserable, que la triste una vez sola vió en su vida, al resplandor de la llama pavorosa de su aduar incendiado, rugiendo bravas las olas, zumbando irritado el viento, miéntras la voz angustiosa de sus parientes pedia, en vano, misericordia.

No; los he visto al resplandor de un relámpago, mientras hablabais con el señor Cornelio. ¿Tendremos que virar en redondo y emprender otra vez la lucha con la tempestad? No, Capitán. Aquí encontraremos un refugio mejor que el que pudiera ofrecernos una bahía en la costa australiana. Si no me equivoco, he visto un atol, y hasta árboles. ¿Está abierto el atol?

Un resplandor de oro, de piedras preciosas, de objetos de gran brillo, que aun parecían más esplendorosos en este ambiente de miseria, hirió los ojos del asombrado Maltrana. El tesoro era cierto. ¡Vive Dios! La realidad tenía sorpresas de cuento fantástico. El joven pensó por un instante en las novelas de portentosas aventuras leídas en su juventud. La vieja se gozaba en el asombro del nieto.

Parecía no tener edad; lo mismo podía ser de veinticinco que de sesenta años. Lo único que se conservaba fresco en ella eran los ojos, unos ojos que aún tenían el resplandor ingenuo de la adolescencia, y miraban de frente, con la serena confianza de la virgen fuerte.

Puesto que lo quieres, amigo mío... dijo la señora Aubry. Voy a instalarme en su cuarto, y estoy cierto que dormirá, a pesar del resplandor de mi lámpara: mi presencia lo calma. Luego, dirigiéndose a María Teresa: Usted ve que puede ir sin temor: le ruego que así lo haga, a fin de probarme su confianza en . Y bien, anda a vestirte, hija mía aconsejó la señora Aubry.

Y ahora repuso Quilito con la voz un poco alterada, dame la mano, Agapo, que quiero decirte adiós. Le estrechó la diestra, nerviosamente, y Agapo notó que la mano del sobrino estaba helada, y al resplandor de la hoguera, que moría, su semblante demudado y la misma mirada de demente de ahora poco.

Palabra del Dia

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