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Actualizado: 19 de junio de 2025


Su tranquila gravedad, inalterable ante las burlas y los extremos de cómica furia con que el espada y sus amigos acogían tales declaraciones, respiraba orgullo por la excepción con que le habían honrado los correligionarios.

Era el 24 de Setiembre. Una gran novedad, una hermosa fiesta había aquel día en la Isla. Banderolas y gallardetes adornaban casas particulares y edificios públicos, y endomingada la gente, de gala los marinos y la tropa, de gala la Naturaleza a causa de la hermosura de la mañana y esplendente claridad del sol, todo respiraba alegría.

Toda mujer que quiera pasar revista a sus recuerdos se acordará con un sentimiento de pesar de aquel invierno bendito entre todos, en que su elección ya estaba hecha, pero ignorada de los demás. Una multitud de pretendientes tímidos e indecisos se mostraban obsequiosos a su alrededor, se disputaban su ramo o su abanico y la envolvían en una atmósfera de amor, que ella respiraba con embriaguez.

Todavía respiraba... Un tiro en la sien. Se contrajo el cuerpo bajo un estremecimiento final. Luego quedó inmóvil, con la rigidez del cadáver. Sonaron voces, formaron las dos compañías en columna, y al ritmo de sus instrumentos fueron desfilando ante el cuerpo de la muerta. Del lúgubre carruaje sacaron los hombres enlutados un féretro de madera blanca.

Ver á unos infieles instruídos pocos días antes en las cosas de nuestra santa fe, y aún no reengendrados en las santas aguas del bautismo ser ya predicadores del Evangelio; y una nación que no mucho antes había respiraba sólo fiereza, verla con una mudanza propia de la diestra del Altísimo, humillada á los piés de Cristo; de lo cual no pudo contenerse el venerable Padre sin prorrumpir en un llanto tiernísimo, todo de alegría, y no cesaba de dar mil gracias á Dios con tanto mayor fervor cuanto aquel beneficio había sido más fuera de toda esperanza.

No obstante, al aproximarnos más a ella, viéndola surgir de la blanca planicie cubierta de nieve, sentimos que respiraba silenciosamente el ambiente de esa época olvidada, cuando las mensajerías de York y Londres pasaban por allí, los enmascarados caballeros de los caminos estaban escondidos en el bosque sombrío de abetos que se extendía más allá de los abiertos terrenos comunales de Kirkhouse Green, y los postillones no se cansaban de alabar aquellos maravillosos y célebres quesos en la vieja posada Bell, en Stilton.

Mientras no te veo, se me ocurren cien mil cosas con que volverte loca; me siento más poeta que Dios, y en cuanto te tengo al lado, me quedo tonto, inútil, como un muñeco descompuesto. Cristeta respiraba penosamente, y en lo interior del pecho sentía una sensación extraña, como de hervor latente. Las palabras de Juan se le iban entrando al alma, haciendo escala en los sentidos.

Quintanar inventaba sofismas y hasta mentiras para estar fuera, en su despacho, en el Parque. «¡Qué gran cosa eran el Arte y la Naturaleza! En rigor todo era uno, Dios el autor de todo». Y respiraba don Víctor las auras de abril con placer voluptuoso, tragando aire a dos carrillos.

Así resulta que lo que en ellos es una belleza divina, en Magdalena es un belleza que casi espanta. »¡Y qué dichosa se sentía, de estar allí tan cerca de la ventana! Hubiera dicho cualquiera que veía el cielo por primera vez, que por primera vez, también, aspiraba aquel aire tan puro y respiraba el aroma de aquellas flores.

La Virgen, los pies ocultos en esta blancura, tenía la cara inclinada y su manto de mármol le anegaba la frente y los ojos en sombra. Al caer la tarde se respiraba allí, por las magnolias y los jazmines, un aroma embriagante.

Palabra del Dia

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