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Actualizado: 7 de julio de 2025


Y la gente, endomingada, paseaba alegre, y el sol y el cielo parecían más risueños que nunca. Era el de la calle Entre Ríos un caserón de planta baja; desde la acera se veía jugar a varios muchachos en el patio: cuando la señora se acercó a la reja, apenas podía hablar, de cansancio. ¿El señor de tal?

Luego, en cada una de sus arribadas, vió Ferragut un hijo nuevo, aunque siempre era el mismo; primeramente, un envoltorio de batistas y blondas sostenido por una nodriza endomingada; luego cuando ya era capitán del trasatlántico , un chicuelo con faldillas, mofletudo, de cabeza redonda cubierta de sedosa pelusa, tendiendo hacia él los bracitos; finalmente, un muchacho que empezaba á ir á la escuela y al ver á su padre agarraba su dura diestra, admirándolo con ojos profundos, como si contemplase en su persona la concreción de todas las fuerzas del universo.

La muchedumbre, endomingada, agitábase en torno de las rocas, admirando una vez más las carrozas tradicionales que todos los años salían a luz: pesados armatostes lavados y brillantes, pero con cierto aire de vetustez, luciendo en sus traseras, cual partida de bautismo, la fecha de construcción: el siglo XVII.

Era el 24 de Setiembre. Una gran novedad, una hermosa fiesta había aquel día en la Isla. Banderolas y gallardetes adornaban casas particulares y edificios públicos, y endomingada la gente, de gala los marinos y la tropa, de gala la Naturaleza a causa de la hermosura de la mañana y esplendente claridad del sol, todo respiraba alegría.

La muchacha acabó por sentirlo: abrigóse como pudo, pegada a la pared, y cerró los ojos, para contemplar mejor las cosas lindas de la plaza: tanta bandera, tanta gente endomingada, los globos, la música y los cohetes... La fatiga del trabajo diario la venció y quedó dormida, en el umbral, dando al olvido el servicio de la mesa.

Soñaba la india en las lindas cosas que vería: tanta bandera; tanta gente endomingada; los niños, con traje de terciopelo, muy orondos, agarrotados los dedos por los guantes; las niñas, de blanco, unas con banda azul y otras no; las personas que se agolpaban a las ventanas del Cabildo, donde el transeunte es asaltado por una, dos o tres señoritas, que le meten por las narices, como si dieran a oler una pastilla, la cedulita de la rifa, y le marean y le cercan, y le siguen y le persiguen, repitiendo: ¡Caballero! ¿una cedulita? ¿una cedulita, caballero? como muletilla de mendigo.

Le gustaba más la otra, la de la cabeza descubierta, la blusa blanca o el kimono suelto. Encontraba ahora en ella un aire torpe de burguesilla endomingada.

Palabra del Dia

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