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El terrible instante se aproximaba. La ansiedad era general, y no digo esto juzgando por lo que pasaba en mi espíritu, pues atento a los movimientos del navío en que se decía estaba Nelson, no pude por un buen rato darme cuenta de lo que pasaba a mi alrededor. De repente nuestro comandante dio una orden terrible. La repitieron los contramaestres.

¿Dónde está el novio? preguntó después monseñor con su voz clara y pastosa de orador. Eso es, ¿dónde está el novio? preguntaron algunos dirigiendo miradas en torno. ¿Dónde está Gonzalo? ¿donde está Gonzalo? repitieron otros. Al fin se le halló en un gabinete solitario sentado, con la cabeza entre las manos.

No fué sólo entonces la Alameda teatro de escenas semejantes, pues éstas se repitieron en aquellos años de pronunciamiento y motines, llegando, como en 1861 y 1873, á tomar los sucesos verdadera importancia.

¿A quién ha de ser sino á Dorotea? dijo encubriendo mal su despecho la Mari Díaz ; ¿pues no sabéis que en los locos gastos del duque de Lerma por ella, entra una compañía de mosqueteros que hacen salva en cuanto abre los labios ó se mueve la señora duquesa? La Dorotea tiene mucha suerte. Los aplausos se repitieron fuera, nutridos, espontáneos, persistentes.

La voz se ahogaba en mi garganta y no tenía valor para decir la fatal noticia. Repitieron la pregunta, y entonces vi a mi amita que salía de una pieza inmediata, con el rostro pálido, espantados los ojos y mostrando en su ademán la angustia que la poseía. Su vista me hizo prorrumpir en amargo llanto, y no necesité pronunciar una palabra. Rosita lanzó un grito terrible y cayó desmayada.

Lo manifestó así a la portadora, y con este motivo entró en una agradable conversación, que degeneró en charla bullanguera. Cuando se despidieron eran lo más amigos, y ella prometió volver al día siguiente a traerle nuevas luces, cosa de que él no dudaba, mirando sus hermosos ojos pardos, dulces y tiernos. Las visitas, para darle datos, se repitieron unos seis u ocho días.

El que habló en aquella ocasión era un vil instrumento de los agentes del Rey. ¡Es éste! ¡Aquí está! exclamó uno, señalando á Lázaro á la atención de toda la asamblea. : el sobrino de Coletilla. ¡Sobrino de Coletilla! ¡Sobrino de Coletilla! repitieron muchas voces. Tumulto espantoso resonó en todo el ámbito. Todos se levantaron y miraron á Lázaro.

Dos relojes las repitieron juntos, casi al unísono, como si las campanadas del segundo fueran eco inmediato de las del primero: eran el del seminario y el del colegio. Aquella brusca llamada a las realidades irrisorias del día siguiente aplastó mi dolor bajo una sensación de pequeñez, y me alcanzó en plena desesperación como un golpe de férula.

Había ya salido de la antesala, cuando, dando media vuelta, vino hacia y me dijo con su gracia acostumbrada: Hasta la vista, solterona... Adiós y gracias repitieron en coro Genoveva y Petra. Adiós, hasta la vista, muchachas... respondí gozosa, mientras se restablecía el silencio en nuestra tranquila casa y resonaban todavía a lo lejos las notas del alegre terceto.

Los ecos de Falkenstein repitieron a lo lejos aquellos viejos cantos patrióticos, los más sublimes, los más nobles que el hombre haya oído nunca sobre la Tierra.