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Actualizado: 22 de junio de 2025
Estos galanteos me han costado algunos disgustos; pero no le guardo a usted rencor. Antes o después tenía que estallar el trueno, porque estaba resuelta a no quedarme en el convento, aunque tuviese que ir a servir de criada a una casa. Después, usted me ayudó mucho a salir con la mía, y por ello le estoy agradecida... Pero una cosa es el agradecimiento y otra el amor.
Casi en las puertas de Valencia, en el risueño pueblecito que desde la orilla del río miraba a la ciudad con los redondos ventanales de su agudo campanario, repetían aquellos bárbaros, con un rencor africano, la historia de luchas y violencias de las grandes familias italianas en la Edad Media.
Mi abuela, doña Celestina de Aguirre, no quería a mi padre; después de pasados muchos años la he oído hablar en contra de él. Es muy triste que el rencor de las personas alcance hasta los muertos; pero, ¿quién no tiene algo de podrido en el alma? Los motivos de mi abuela para no querer a mi padre eran un tanto lejanos. Mi padre había nacido en Elguea, pueblo rival de Lúzaro.
Algunas muchachas, estas de verdad, que minutos antes coqueteaban alegres, muy satisfechas, con los cuatro trapacos que tenían encima, ahora languidecían, olvidaban a sus adoradores de las butacas; y como que se trataba de cosa mucho más seria, con rostro del que había desaparecido toda gracia, toda poesía, toda idealidad, se consagraban al culto envidioso del lujo ajeno, con gran veneración para las joyas y la seda, con gran rencor disimulado a la sacerdotisa, que tenía el privilegio de ostentar sobre su cuerpo los resplandores del dios idolatrado.
Pues no, no le abandono, aunque lo mande quien lo mande. Es mío». Como que te ha costado tu dinero. viii El chico le echó los brazos al cuello y miró a los demás con rencor, como indignado de la nota infamante que se quería arrojar sobre su estirpe.
Ningún transeúnte le hacía caso, y era más que probable que así se estuviese de rodillas hasta que fuese a parar más tardé o más temprano al montón del papel inútil; el mismo Valle, al cruzar por delante de él, solía apartar los ojos con desprecio, no exento de rencor.
No... prosiguió dirigiéndose siempre á la estatua del guerrero, y con esa sonrisa estúpida propia de la embriaguez... no creas que te tengo rencor alguno porque veo en ti un rival... al contrario, te admiro como un marido paciente, ejemplo de longanimidad y mansedumbre, y á mi vez quiero también ser generoso.
No me hubieras olvidado tan pronto. ¿Merecías otra cosa? En fin, ni tú debes hablar más, ni yo escucharte. He venido, ¿qué se yo?, por debilidad, por miedo a que tuvieras el atrevimiento de plantarte en mi casa. Estaba resuelto. Pues si es verdad que me has querido, que aún me quieres, demuéstramelo... dejándome vivir tranquila y no te guardaré rencor, es más, te lo agradeceré con toda mi alma.
Veo en esa señora el hastío de la soledad y un deseo muy vivo de establecer en su vida el orden interrumpido; veo que lejos de guardar a usted rencor lo respeta y lo ama. He podido llegar a vencer ciertas resistencias que en su alma había, y con poco que usted me ayude....
Tú me hubieras abrazado; mi presentación á tus indígenas era inevitable; éstos hubieran hablado de nuestro encuentro y Harvey y sus hijos hubieran sabido que yo me iba á picos pardos, lo que, contando con el pudor anglosajón era para mí un serio contratiempo... Preferí, pues, suprimir el abrazo... ¿Me guardas rencor? Tragomer se había repuesto y estaba reflexionando.
Palabra del Dia
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