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Actualizado: 22 de junio de 2025
En aquel momento el sujeto en cuestión acercaba su nariz escarlata a una copa de cognac, haciendo concebir la sospecha de que su rencor contra el caudillo de los israelitas quizá naciese por no haber logrado entrar en la tierra de Canaan y disfrutar de sus famosos viñedos.
Mientras Mario perdonaba y aun olvidaba el martirio de su hijo, ella lo tenía grabado a fuego en el corazón; no podía arrojar de su alma cierto rencor contra su padre, aunque fuese irresponsable. Tampoco Presentación le había perdonado las quemaduras del rostro. Fue necesario pensar en el establecimiento adonde le habían de conducir.
Pero, señora, respondió; pero, Carmen; ¿quién ha dicho a Vds. que yo tenía rencor? ¿Y por qué había de tenerlo? Era yo vicioso, señor alcalde, y por eso me entregó Vd. a la tropa. Bien hecho: de esa manera me corregí y volví a ser hombre de bien. Era yo un ocioso y un perdido, Carmen: tu eres una niña virtuosa y buena, y por eso cuando te hablé de amor me dijiste que no me querías.
Vengo a decir adiós dije al entrar en una habitación en que nunca más debía poner los pies. Eso mismo habría hecho yo algo más adelante, pero muy pronto me dijo ella sin manifestar sorpresa, ni contrariedad. ¿Entonces no me guardará rencor? De ningún modo. Usted no se pertenece. Sentose delante del tocador y añadió: «Adiós», sin volver la cabeza. Pero me miró en el espejo y sonrió.
Así que, señor, mirad con tiempo en esto y juntad vuestros Capitanes; dadles parte dello y deliberad lo que más cumple á todos; porque os hago saber que todas las naciones que aquí hay os dan culpa del mal suceso de las galeras, diciendo que por odio y rencor que teníades con algunos, fuísteis cabsa que tardasen aquí más de lo que era menester.
Además, en sus corazones no cabía rencor, ni siquiera hostilidad; las bromas no las ofendían. ¡Y cuidado que algunas eran bien pesadas! La que les dio Paco Gómez en cierta ocasión hizo raya: aún se cuenta con regocijo en Lancia.
En tanto que ellos iban en esta conversación, prosiguió don Quijote con la suya y dijo a Sancho: -Echemos, Panza amigo, pelillos a la mar en esto de nuestras pendencias, y dime ahora, sin tener cuenta con enojo ni rencor alguno: ¿Dónde, cómo y cuándo hallaste a Dulcinea? ¿Qué hacía? ¿Qué le dijiste? ¿Qué te respondió? ¿Qué rostro hizo cuando leía mi carta? ¿Quién te la trasladó?
Acaso temía que ella olvidara a los que tenían derechos más antiguos. Encontraba así excusas al mal humor de Juan. Pero era su huésped, y no quiso guardarle rencor; viéndolo, pues, al entrar en el jardín, sentado sobre la hierba a los pies de la señora Aubry, se dirigió hacia él y le dijo con amabilidad: ¿Es por pereza por lo que no ha querido usted venir a escalar con nosotros los peñascos?
Yo también me reí, pues sabía que la abuela le había contado de cabo a rabo mi escena de la Catedral. Comprendo ese rencor continuó el cura. He perdonado, señor cura. Muy bien; digamos entonces su memoria. El consejo de referirse a las hablillas corrientes ha sido una broma; nada más falso, con frecuencia, ni más malo siempre.
Por el contrario, te quiere mucho y dice: «¡El pequeño Lionel es muy agradable, está muy bien educado y no hace la corte a las mujeres casadas...!» Me cree un calabacín, ¿no es eso...? LINE. ¡A ver si le vas a guardar rencor por eso...! Sospecha del mayor Wetherley, un norteamericano que me trae frita, y está convencido de que este yanqui tiene suerte con las mujeres.
Palabra del Dia
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