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Actualizado: 22 de julio de 2025


Tie gracia. Jacinta no sabe tener rencor... ni se acuerda de usted para nada... Pero de eso a que me mire con buenos ojos... Pues no faltaba más sino que la quisiera a usted como me quiere a ... Por cierto que ha hecho la niña merecimientos para ello. Con que la perdone debe darse por satisfecha... ¿Y me perdona de verdad?... ¿pero es de verdad? ¿Pues qué duda tiene?

Estúvose un buen rato sin responder y dijo después bruscamente: El que me hizo jurar eso fue el padre de mi hijo más pequeño. ¿Y dónde está el padre? preguntó cándidamente Elena. ¿Dónde está?... ¡Qué yo!... Se marchó hace muchos meses... Desde entonces estoy enferma... Su palabra, entrecortada por las sofocaciones, se iba haciendo incomprensible. ¿No guarda usted rencor al padre de ese niño?

Tiene usted lo esencial, porque es usted bonita, joven y además nada tonta. DORA. ¿Y en qué nota usted que no soy tonta? JULIA. En la gestión que ha hecho. ¡Pocas jóvenes hubieran sido capaces de ello, señora Stowe! No le guardo rencor por esto; al contrario, me parece muy bien. Sin embargo, ¡pudiera usted haber dado con una profesora de pirograbado menos indulgente que yo...!

Hay que advertir que para Manín se llamaban macarrones todos los manjares que no conocía, lo cual caía muy en gracia al maestrante. Mientras terminaba tan dignamente aquella comida indecorosa no cesaba de murmurar pestes contra ella, haciendo responsable en parte a D. Cristóbal, a quien dirigía de vez en cuando desde un rincón largas miradas de rencor.

una voz: «¡Apiádate de , querida, apiádate de sólo por hoy!» Y esa voz estaba tan cambiada, que no la reconocía. Me alejé, pero sentía crecer en el temor de que Roberto se fuera desengañado, con el rencor en el corazón, sin una palabra de explicación, sin haber sospechado siquiera todo el alcance del amor de Marta.

Vacilaba ella, no tanto por el rencor que aún le guardaba, como por considerar violenta y embarazosa la entrevista. Cuando, cruzando aquella tarde por la calle de la Amargura, acertó á tropezar con Manolo Uceda, á quien hacía días que no veía. Saludóla él cortés pero gravemente y trató de seguir su camino, pero ella se le puso delante.

Créemelo porque yo te lo digo: cuando se me serenó el sentido, estaba abochornada... El único a quien guardaba rencor era al tío capellán. Me lo hubiera comido a bocados. A las señoras no. Me daban ganas de ir a pedirles perdón; pero por el aquel de la dinidá no fui. Lo que más me escocía era haberle tirado un ladrillazo a doña Guillermina.

¡Ay! suspiraba el pobre notario, que había alimentado mucho tiempo otra esperanza, mi ahijado no sospecha el perjuicio que me ha hecho. Pero, lejos de guardarle rencor, el excelente hombre le daba el cariño que su madre adoptiva no quería.

Por mi parte, sólo sentí un débil rencor contra este infortunado, en quien las flaquezas del sentido moral habían sido purgadas por una larga vida de arrepentimiento, y por una pasión de desesperación y de odio, que no carecía de grandeza. Yo mismo no podía respirar, sin una especie de admiración, el soplo salvaje que anima aún estas líneas trazadas por una mano culpable, pero heroica.

La verdadera ley es la de la sangre, o como dice Juan Pablo, la Naturaleza, y yo por la Naturaleza le he quitado a la mona del Cielo el puesto que ella me había quitado a ... Ahora la quisiera yo ver delante para decirle cuatro cosas y enseñarle este hijo... ¡Ah!, ¡qué envidia me va a tener cuando lo sepa!... ¡Qué rabiosilla se va a poner!... Que se me venga ahora con leyes, y verá lo que le contesto... Pero no, no le guardo rencor; ahora que he ganado el pleito y está ella debajo, la perdono; yo soy así».

Palabra del Dia

buque

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