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Actualizado: 17 de octubre de 2025
¡Oh! ¡Si viera usted cuántos trabajos he pasado por todos estilos! Las travesuras de mi hija no me dejaban ni un ratito de sosiego. Luego, Dios nuestro señor quiso probarme con unos dolores tan fuertes de cabeza, que pensé volverme loca. Estos dolores me vinieron, sin duda, al ver que la fortuna ganada por mi pobrecito esposo se iba deshaciendo poco a poco y no podía hacer nada para remediarlo. Claro, a nosotras las mujeres nos engañan con mucha facilidad. ¿Qué sabía yo de administrar ni regir unos negocios tan complicados? Entonces fue cuando pedí auxilio a este bendito señor que usted tiene delante. Y en seguidita que él se puso al frente, las cosas cambiaron de golpe, y todo comenzó a ir como una seda.
Sabía perfectamente la duquesa, sin que la quedase la menor duda, que Felipe III era miope de inteligencia; que sólo había heredado de su abuelo Carlos V ciertos rasgos degradados de la fisonomía; que el cetro se convertía en sus manos en rosario; que era débil é irresoluto, accesible á cualquiera audacia, á cualquiera ambición que quisiera volverle en su provecho, y lo menos á propósito, en fin, para regir con gloria los dilatadísimos dominios que había heredado de su padre.
Reconociole Juliana, y secamente dijo: «Está más muerto que mi abuelo». Final Ejemplo de los admirables efectos de la voluntad humana en el gobierno de las grandes como de las pequeñas agrupaciones de seres, era Juliana, mujer sin principios, que apenas sabía leer y escribir, pero que había recibido de Naturaleza el don rarísimo de organizar la vida y regir las acciones de los demás.
Pablito caminaba serio, atento también a regir el brioso cuadrúpedo. De vez en cuando, no obstante, se dignaba sonreir ligerísimamente. Y este esbozo de sonrisa animaba tanto a las muchachas, que arremetían con más brío y gracia contra su compañero fidelísimo, el invicto Piscis. A la media legua próximamente, había un gran prado llano y hermoso que la carretera partía por el medio.
Aquello fue una manifestación general de simpatías personales e ideales políticos, y no hubo uno solo entre aquellos hombres de estado, capaces de regir el país de Liliput, que no manifestase sus opiniones por medio de las nuevas palomas mensajeras.
El que ha hecho hasta los veintisiete años la vida independiente que yo, es muy difícil que pueda acomodarse al orden, a la paz, a la serie de sacrificios que el matrimonio exige... Y, francamente, para ser un mal casado, ¿no vale más que permanezca soltero toda la vida?... Por otra parte, si me caso con esa chica, que no está acostumbrada al trato de gente ni ha entrado jamás en sociedad alguna, ya comprendes que debo renunciar en absoluto a mis relaciones y a las antiguas amistades de mi familia: yo no quiero pisar un salón donde mi mujer no haga buen papel... Además, Maximina es demasiado niña y demasiado inocente para dominar a un hombre tan maleado como yo, y para regir una familia...
En posiciones elevadísimas no puede sostenerse todo el rigor de los principios, según dice la gente, aunque ciertas leyes sí deben regir en todas partes. Sin embargo, como así viene de atrás, debemos respetar la obra de nuestros mayores, quienes harto supieron lo que se hacían. Justamente.
Ni la mirada de Isabel I, al ver los castillos y leones ondeando por primera vez en las almenadas torres de Granada, ni la de Napoleón I al admirar las pirámides, ni la de Luís XIV al mirarse á sí mismo, al decir que la Francia era él, retrataron la intensidad que se verificó en la del capitán al divisar el campanario de la iglesia del pueblo, cuyos destinos hasta cierto punto estaba llamado á regir y gobernar.
-Tanto es lo de más como lo de menos -respondió Sancho-; aunque sé decir al señor Carrasco que no echara mi señor el reino que me diera en saco roto, que yo he tomado el pulso a mí mismo, y me hallo con salud para regir reinos y gobernar ínsulas, y esto ya otras veces lo he dicho a mi señor.
Nuestra mayor victoria es el dominio sobre nuestros nervios; la sensación más exquisita es regir nuestra sensibilidad. «La perfección está hecha con nadas y es algo más que nada la perfección» dice Miguel Angel, que sabía modelar, no sólo las figuras, sino también las almas . Es una desdicha que nuestro propio carácter sea el obstáculo de nuestra felicidad. «Nada puede hacerme daño, excepto yo mismo dice San Bernardo ; el mal que me agobia lo llevo conmigo y jamás sufro realmente sino por mi culpa». Alude el santo varón a los disgustos que dimanan de nuestro carácter, de nuestra irritabilidad, de nuestra intemperancia, de los enconos de nuestro pobre corazón.
Palabra del Dia
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