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Yo mismo llevaré la noticia y la daré lo mejor que sepa y pueda. ¿Creen ustedes que el Rey está bajo la influencia de un narcótico? preguntó Sarto. Yo lo creo repliqué. ¿Y quién es el culpable? Ese infame, Miguel el Negro rugió Tarlein. Así es continuó el veterano; para que no pudiera concurrir a la coronación. Raséndil no conoce todavía a nuestro sin par Miguel.

Desde luego, por muy alto que piquen los Raséndil, el mero hecho de pertenecer a esa familia no justifica la pretensión de consanguinidad con el linaje aun más noble de los Elsberg, que son de estirpe regia. ¿Qué parentesco puede existir entre Ruritania y Burlesdón, entre los moradores del palacio de Estrelsau o el castillo de Zenda y los de nuestra casa paterna en Londres?

A lo cual estoy más que dispuesto, como pueda verme con ella a solas contesté. De seguro no cree usted que la tarea pueda parecerme ingrata ni difícil, ¿eh, Sarto? Tarlein tuvo a bien ponerse a silbar, y luego dijo: Tarea es esa que hallará usted más fácil de lo que piensa. Mire usted, Raséndil, me duele decírselo, pero no lo puedo remediar.

Y yo soy Federico de Tarlein; ambos al servicio del rey de Ruritania. Me incliné y dije descubriéndome: Mi nombre es Rodolfo Raséndil y soy un viajero inglés. También he sido por dos años oficial del ejército de Su Majestad la Reina. Pues en tal caso somos hermanos de armas repuso Tarlein tendiéndome la mano, que estreché gustoso. ¡Raséndil, Raséndil! murmuró el coronel Sarto.

Se acercó a , saludándome con cómica reverencia, y solicitó hablarme a solas para comunicarme un mensaje del duque Miguel. Hice que se retirasen todos y Henzar, sentándose a mi lado, comenzó: ¿El Rey está enamorado a lo que parece? No de la vida, señor mío contesté sonriéndome. Más vale así. Pero estamos solos. Usted, Raséndil...

No había modo de despertarlo, y son las cinco. Repito, coronel... iba a continuar más irritado que nunca, aunque medio helado el cuerpo, cuando me interrumpió Tarlein apartándose de la mesa y diciéndome: Mire usted, Raséndil. El Rey yacía tendido cuan largo era en el suelo. Tenía el rostro tan rojo como el cabello y respiraba pesadamente.

Pero no tardó en exclamar Federico: «¡La puerta está abierta! ¡Y hay luz en la celdaBajaron resueltamente y en la primera celda sólo hallaron el cadáver de Bersonín, lo que les impulsó a dar gracias a Dios, exclamando Sarto: «¡No hay duda! ¡Raséndil ha pasado por aquí

Confieso que yo también quisiera ser Rey por doce horas. Pero cuidado, Raséndil, con tomar su papel muy por lo serio. No me admira que Miguel el Negro pareciese hoy más negro y tétrico que nunca, visto que usted y la Princesa parecían tener tantas cosas que decirse. ¡Qué hermosa es! exclamé. Prescindamos de ella dijo Sarto. ¿Está usted pronto a partir? contesté con un suspiro.

, la señora de Maubán está allí dije con toda calma. Pero no creo que Raséndil... ¿es ese el nombre? El Duque no tolera rivales murmuró. Tiene usted razón repuse con absoluta sinceridad. Pero la suposición esa implica un grave cargo. Iba el prefecto a excusarse, pero sin darle tiempo le dije casi al oído: El asunto es serio. Vuelva usted a Estrelsau...

¡Tarlein! exclamó, daría mil escudos por contemplar mañana la cara de mi hermano Miguel cuando vea que somos dos. ¡Un par de Reyes, nada menos! Y sus alegres carcajadas resonaron de nuevo. Hablando seriamente dijo Tarlein, dudo que sea muy acertada la visita del señor Raséndil a Estrelsau en estos momentos. El Rey encendió un cigarrillo. ¿Y bien, Sarto? preguntó. No debe de ir gruñó el veterano.