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Actualizado: 31 de mayo de 2025


No fué, porque no pudo; porque los ochenta pesos de su sueldo no le alcanzaban para comer, pagar la casa... y las cuentas de Quilito, la esperanza y el orgullo de la familia. ¿Qué le diría el jefe al día siguiente? Iba a entrar en la oficina sin hacer ruido, tratando de no llamar la atención, y sin chistar se sentaría en su despacho y trabajaría hasta las seis, sin levantar cabeza.

Toda su ambición es hacerse rico; ya le verás figurar, porque muchacho más despejado no he visto. Lo que hay es que los viejos no le quieren, pero no se debe ser injusto. ¡Pobre Quilito! decía la niña compadecida. Cuando le trató, más tarde, este sentimiento instintivo de compasión, se convirtió fácilmente en simpatía; fué en un baile, en casa del ministro Eneene.

Todos le han conocido, de lejos o de cerca, de vista o de oídas. Don Aquiles Vargas, el primer Aquiles de la familia, padre de don Pablo y abuelo de Quilito, tuvo tienda muchos años en la que se llamó calle de Mendocinos, y en tiempos en que todo andaba revuelto y no se contaba segura la cabeza, supo hacer fortuna comerciando en géneros de las provincias.

Buenas noches dijo Quilito. Y salió, haciendo resonar sus tacones sobre las losas del patio. ¡Que te diviertas! gritó el padre. ¡Que no vuelvas tarde! apuntó la tía. Concluyó tristemente la modesta comida; con el último bocado se levantaron y Pampa entró a quitar la mesa.

Mira, Quilito, que no seremos amigos, si no dejas ese tema; ya sabes cuánto me desagrada. ¡Oh! tiíta Silda... ¡pues no faltaba más! Estampó un beso sonoro en la lustrosa mejilla de la señora, acompañado de cariñosos palmoteos en la espalda. Eres un loco, ¿cuándo sentarás el juicio?

Corrió las cortinas de la ventana, a causa del sol indiscreto que a ella se asomaba, y después de escuchar un momento, si se sentían pasos en el patio o en la escalerilla, retiró cuidadosamente del bolsillo de su gabán claro un objeto y lo colocó sobre la mesa: ahí estaba el pequeño revólver, como un juguete de brillante acero: Quilito, inclinado, lo miraba, con esa fijeza con que los condenados a muerte miran el instrumento de su suplicio. ¡Ah, si la pobre tía supiera! sus veinte nacionales habían servido para comprar la terrible alhajita... ¿No estaba empeñada generosamente en salvarle? ¿qué mejor medio de salvación que aquel, tan fácil y expeditivo?

Quilito se echó en la cama, de espaldas, y misia Casilda se sentó en un sillón, frente a frente.

Pilar murió un mes más tarde; su vida se apagó dulcemente en brazos de Pablo y de Casilda, después de besar al pequeño Aquiles, o Quilito, como ella le decía.

Porque Quilito, un Vargas, no podía andar vestido de cualquier manera, sino como correspondía a su origen, y a sus relaciones y a su porvenir. Que en la chimenea faltara leña y carne en el puchero; pero la camisa de Quilito, el sombrero de Quilito, las botas de Quilito y el traje de Quilito, habían de ser de la más irreprochable elegancia y novedad.

Misia Casilda quedó espantada, temblando más de susto que de frío. ¡Ah! ¡Dios mío! ¡se va a jugar! Quilito juega, Quilito juega... ¡Dios mío, Dios mío! Pasó el resto de la madrugada en vela, y el alba la encontró acurrucada en la cama, los ojos arrasados de lágrimas amargas; se oían rodar los carros en la calle, cuando entró el niño.

Palabra del Dia

rigoleto

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