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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Y cambiando de tono, temblándole la voz, añadió: Hablemos de otra cosa, Pablo, de algo muy grave. Don Pablo la miró, y echó de ver entonces que había llorado, que estaba pálida y tenía los labios blancos. Habla, Casilda, me asustas, ¿qué pasa aquí? ¿dónde está Quilito? ¿a dónde ibas?

¿Qué dices, Casilda, qué dices? no te entiendo; hablas de un modo... Verás: Quilito, entre otras deudas, debe treinta mil nacionales: ¡figúrate! treinta mil nacionales, a un prestamista, que ya estuvo hoy a cobrarlos el muy sinvergüenza, porque hoy vencía el plazo... ahí tienes, ¿cómo deja el Gobierno andar sueltos a estos pícaros, que así engañan y estafan a niños sin responsabilidad?

¿Está el niño arriba? No, señora. ¿Cómo? ¿ha salido? , señora. ¿Lo oyes, Pablo? Quilito no está en casa. Ya volverá, hija... Bueno, le esperaremos.

Y Susana, sentada en la banqueta, con el codo sobre la tapa del piano, escuchaba atenta, sin perder uno del hilo de nimios detalles que el filósofo iba desatando, sin hacerse rogar mucho. La casa era así, con dos patios y tantas piezas, y arriba, el cuarto de Quilito; la habitación de la tía, de este lado; después del comedor, la del tío.

Y cuando no se oyeron ni los pasos ni la voz del tío, y el joven se vió solo, frente al río que arrastraba sus aguas negras, en medio de la obscuridad, con rumor siniestro, desprendió el chaleco, abrió la camisa, y sobre la piel que despedía el dulce calor de la vida, colocó la boca del arma, en el sitio en que sus dedos vacilantes, sintieron agitarse más el corazón... Salió el tiro, la sangre tibia brotó mansamente y Quilito experimentó un escozor vivísimo... pero la vida no quería soltar su presa, porque él veía, pensaba, sentía aún.

Me pareces triste, Quilito; estás paliducho, con muchas ojeras... vamos a ver, ¿de qué lado te duele?

¿Y la liquidación de la casa de Jacinto? observaba Quilito, ¿y su entrada en el Ministerio? ¡Farsa! repetía la tía, maniobras, juegos de manos... el tiempo ha de descubrirlo todo. A esa gente, no creo yo ni el bendito. ¡No les deseo ningún mal, pero si resultara verdad la ruina de Esteven, alabaría la justicia de Dios!

Si pudieras hacer algo decía, pero no, tienes las manos atadas, y, ¿acaso, una finca se enajena con la facilidad de un objeto cualquiera? hay que darse cuenta, Pablo, de la espantosa desgracia que pesa sobre nosotros. Quilito está obligado a pagar esa suma mañana, y si no puede, se matará; le conozco demasiado. ¡Todo, menos eso! repetía, don Pablo Aquiles, agitándose en el sillón.

Pero Agapo insistió. ¿Qué mal había en ello? ¿acaso iba a mancharse los dedos y a condenarse a infierno perpetuo por recibir la cartita del primo y dejarse querer? ¡Porque Quilito la quería, la adoraba! ¿y no era lógico esto, que se adorase a una santita como ella?

Y se marchó, bruscamente, después de guardar el papelucho en su cartera de cuero. Parecióle a misia Casilda que, vestidita como estaba, la habían zambullido de cabeza en agua fría, porque daba diente con diente, como quien tiene tercianas, a la vez que llamaradas de fuego le quemaban la cara. ¡Esteven fiador de Quilito! ¿De qué manera había el joven obtenido esta firma? ¿directamente?

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