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Actualizado: 10 de junio de 2025


¿Quieres callarte, pelmazo?... ¿Vas á empezar con las simplezas de siempre? ¡Que , niña, que ! profirió Velázquez bajando la voz y avanzando el cuerpo hacia ella hasta meterle las alas del sombrero por los ojos. Que eres más rica que los doblones de á cuatro, más salada... Vaya, niño, déjame el alma quieta y no me saques los ojos con el sombrero, que aunque no son bonitos á me hacen avío.

Josefina había permanecido quieta, silenciosa, con la cabeza baja. Las burlas lograron al fin hacer su efecto. Dos lágrimas asomaron rezumando por sus largas pestañas.

Es necesario, necesario de todo punto pensaba el duque , que yo sea por algún tiempo amante de esta muchacha, para que no pueda sospechar nada, para que crea que todo esto lo hago por ella. Y acercándose á Esperanza la abrazó. Esperanza, en el primer movimiento instintivo, luchó por desasirse del duque; pero luego se estuvo quieta.

La mujer es aquí una esclava disfrazada: allí es donde es la reina. Eso es París ahora: el reinado de la mujer. Es preciso, Adelita, es preciso. Las mujeres más lindas de París son las sudamericanas. ¡Oh, no habría en París otra tan chispeante como ella!». Vea, Pedro interrumpió a este punto Ana, con aquella sonrisa suya que hacía más eficaces sus reproches , déjeme quieta a Adela.

Quiso la suerte que su sobrina y el ama oyeron la plática de los tres; y, así como se fueron, se entraron entrambas con don Quijote, y la sobrina le dijo: ¿Qué es esto, señor tío? ¿Ahora que pensábamos nosotras que vuestra merced volvía a reducirse en su casa, y pasar en ella una vida quieta y honrada, se quiere meter en nuevos laberintos, haciéndose

Tenía una sospecha ... Aquella mujer es muy rara. ¡Si vieras qué miedo me daba cuando se ponía á orar, quedándose mucho tiempo quieta é insensible, como si estuviera muerta! Se ponía de rodillas, miraba al techo, y así estaba dos ó tres horas sin moverse, y hasta parecía que no respiraba. La tocaba yo, y nada; la llamaba, y no respondía.

El, por lo menos, la comprendía. El... y se rió otra vez con la indiferencia y ligereza de algunos momentos antes, y luego volvió de repente a la primitiva seriedad. Y el duendecillo de cabello rojo, ¿qué estaría haciendo en aquellos momentos? ¿Por qué estaba tan quieta?

Creíase motor del misterioso reloj del tiempo. Dale que le dale, había llegado al fin la hora, y la manivela, que para él era parte de sus propias manos, se había quedado sola en el taller, quieta y muda. Sin decir adiós al maestro, porque el maestro no le saludaba a él a ninguna hora, Pecado había salido y bajado a saltos por la Ribera de Curtidores.

Cuando te siento reír, parece que respiro un ambiente fresco y perfumado, y todos mis sentidos antiguos se ponen a reproducirme tu persona de distintos modos. El recuerdo de tu imagen subsiste en de tal manera que vendado te estoy viendo lo mismo. ¿Vuelve la charla?... Que llamo a D. Teodoro dijo la señorita jovialmente. No... estate quieta.

Al sentir ruido, Lázaro alzó la vista, y viendo a Josefina, adelantó algunos pasos, mientras ella permanecía callada y quieta, recostada en el quicio de la puerta. Lo que allí pasó fue triste, silencioso, casi horrible. El confidente se trocó en capellán, el amigo dejó su puesto al ministro del cielo.

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