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Actualizado: 10 de junio de 2025


Y después se puso muy triste. Los pedacitos de leche cuajada desaparecieron bajo los labios fruncidos, y se le armó en el entrecejo como una densa nube. El rayo que por dentro pasaba decía así: «¡Si me viera ahora...!». Bajo el peso de esta consideración estuvo un largo rato quieta y muda, la vista independiente a fuerza de estar fija.

Yo he visto esos autos, y según ellos, alegaban los de Vioño «estar en quieta, pacífica posesión de lo hacer é gozar libremente con los dichos sus ganados á ciencia y paciencia de las partes contrarias, de uno, diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta..., ciento y más años; y de tantos, que en memoria de hombre no era en contrario». ¡Figúrense ustedes si será antigua la costumbre!

La cigüeña se estuvo muy quieta, aguardando que Poldy sujetase bien la cinta a su cuello para que no se desatase y para que la carta no se cayese. Y apenas comprendió que estaba ya bien condecorada, dio un tremendo salto, alzó el vuelo, se remontó en el aire y voló con tanto brío como si se largase ya a la India sin parar en rama.

¡Que te estés quieta!... ¡vaya!... no te has llevado nunca una solfa buena, y soy yo quien te la va a dar... ¿Y por qué son esas risas estúpidas?... ¿Porque he dicho que me caso? Pues señor, me caso porque me da la gana. Tiempo hacía que Maximiliano deseaba hablar de aquella manera con alguien, y manifestar su pensamiento libre y sin turbación.

Buena es tu esposa Camila, quieta y sosegadamente la posees, nadie sobresalta tu gusto, sus pensamientos no salen de las paredes de su casa, eres su cielo en la tierra, el blanco de sus deseos, el cumplimiento de sus gustos y la medida por donde mide su voluntad, ajustándola en todo con la tuya y con la del cielo.

Primero la veía borrosa, desvanecida, confundiéndose con los objetos lejanos, con los próximos. Avanzaba como una claridad... temblando... así... Luego no temblaba, tía... era una forma quieta, quieta, una imagen triste; era mi madre: no podía yo dudarlo. Al principio la veía vestida de gran señora, elegantísima. Llegó un día en que la vi con el traje monjil.

Pero éste no hizo caso, y continuó: ¿Pensará usted, señor, que sin duda al volver de España permaneció quieta la hermosa? ¡Quia! ¡Que si quieres! ¡Su marido había tomado aquello con tanta calma! Eso la animó para volver a las andadas. Después del español, hubo un oficial, a éste siguió un marinero del Ródano, más tarde un músico, después, ¡qué yo!

Regateó con discreción y tacto, y de vuelta en su casa con el objeto que había comprado, lo escondió, lo agazapó debajo del colchón, diciendo estas palabras: «Estáte quieta, ahí, quieta». Capítulo XV ¿Es o no es?

Quizá, sin embargo, hubiera sido preferible que Eppie llorara algo más. En una media hora estuvo limpia, habiendo Silas vuelto la espalda para ver qué haría con la faja de lienzo; la tiró al suelo, pensando que Eppie se quedaría quieta el resto de la mañana sin que fuera preciso atarla.

La duquesa, que había cerrado de golpe la puerta, observaba a Novillo. Que no me vea así... tartamudeó Novillo, con soplo delgado y apenas perceptible. Entonces, la duquesa salió, cogió por un brazo a Felicita, la arrastró lejos, hasta una habitación vacía, le hizo sentar de golpe, y dijo: Usted se está quieta aquí. Mi puesto es a su cabecera, para recoger su postrer suspiro.

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