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Calló Millán un instante, como dudando si decidirse a hablar, y viendo reflejada la impaciencia en el rostro de Pepe, continuó de este modo: Me parece que no vuelvo a poner los pies en tu casa, al menos por ahora. ¿Por qué, si allí nadie te ha ofendido? Vamos por partes. No es nueva para la noticia de que yo quiero a tu hermana. Y que mis padres y yo nunca lo hemos llevado a mal.

¿Qué pasa, hija mía? preguntó a su cónyuge con la suavidad del mundo, y dando diente con diente, inclinado sobre la cabecera del lecho matrimonial. Quiero que vayas mismo a buscar a D. Basilio, ahora, enseguida, antes que salga a la visita; quiero verle inmediatamente. Pero, ¿te sientes mal? ¡, que estabas ahora tan buena!... Por lo mismo, yo me entiendo.

Hoy, en Alicante, cuando Azorín y Sarrió paseaban bajo las palmeras, frente al mar, se ha parado ante ellos un señor moreno y enjuto, de ancha perilla cana. Luego se ha dirigido a Azorín y le ha estrechado la mano con un apretón seco y nervioso. Yo quién es usted le decía y quiero tener el gusto de saludarle. Es usted uno de los hombres del porvenir... Azorín ha querido saber su nombre.

Mi madre y mi hermana han llorado durante dos años; yo he padecido torturas inconcebibles, mientras los verdaderos culpables se regocijaban por mi pérdida y se reían de mi vergüenza. Son unos monstruos y quiero castigarlos.

María se levantó, y echándole los brazos al cuello, le dijo al oído con el rostro encendido de rubor: Quiero decir, tonta, que si te avinieses a hacer el oficio de las doncellas de Santa Isabel, yo imitaría a la santa esta noche. Genoveva comprendió vagamente; pero todavía preguntó: ¿Qué oficio?

Pero, hombre, castigue usted a ese animal gritaba don Fermín al cochero . Mire usted que voy calado hasta los huesos... y quiero llegar pronto a mi casa. El cochero, ante la perspectiva de una propina, descargó dos tremendos latigazos sobre los lomos del rocín, que vino a pagar así la ira concentrada por tantas horas en el pecho del Provisor.

Faltas cometí, ¿quién lo duda?, pero imagínate que hubiera seguido entre aquella gente, que hubiera cumplido mis compromisos con la Pitusa... No te quiero decir más. Veo que te ríes. Eso me prueba que hubiera sido un absurdo, una locura recorrer lo que, visto de allá, parecía el camino derecho. Visto de acá, ya es otro distinto. En cosas de moral, lo recto y lo torcido son según de donde se mire.

No quiero que una sobrina mía adquiera hábitos y maneras, que si se pueden excusar hoy por sus pocos años, mañana la podrán hacer pasar por... ¡hum! ¿Por qué, tío? El señor de Pavol tuvo un violento ataque de tos. ¡Hum! por una mujer criada en las selvas, o algo por el estilo. Y tal apreciación no iría muy descaminada, puesto que el Zarzal y una selva son la misma cosa.

Pero ¿qué te hago yo que explique esas durezas tuyas de carácter, para que vengo a ti como viene el sediento a un vaso de ternuras? Más cariño no puedes desear. Pensar, yo pienso en todo lo más difícil y atrevido; pero querer, Lucía, yo no quiero más que a ti. Yo he vivido poco; pero tengo miedo de vivir y lo que es, porque veo a los vivos.

Lo que está hecho ya está hecho, y debéis sufrir los efectos de mi maldición. Mi palabra es sagrada; y si la retirase, me desconocería á mismo.... Pero ya que he venido á veros, no quiero irme sin dejar un recuerdo de mi visita.