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Actualizado: 11 de junio de 2025
Por un segundo se abandonó, desfallecida, a esta imaginación de Julio que sobrevenía para salvarla de Muñoz. Y ambos huían de la pobre Laura. Pero luego estrujó el papel con impaciencia y sonrió con angustia. Raquel se retorcía las manos, consternada. ¡Déjala ir! Si supieras, Raquelita, qué inútil sería también esta carta. A Muñoz no podrás quererlo nunca.
Si le dije que quiero a otro ha sido... no sé, porque soy mala y necesito mentir a cada paso. Durante toda mi vida mentiré. Soy una coqueta vulgar. Engañar, para mí, ha venido a ser algo así como una necesidad. No guarde sobre mí ninguna ilusión. ¡Habrá tantas que puedan quererlo! Yo soy mala, he nacido y seré siempre mala. La coquetería es algo más fuerte que mi voluntad.
Sin quererlo nosotros, ¡con qué evidencia se aprende aquí que los postizos en la mujer hermosa, sólo son buenos para desfigurar su hermosura: que los postizos en la mujer fea, sólo son buenos para añadir un realce nuevo á su fealdad! ¡Con qué lucidez comprendemos aquí que una mujer sencilla no puede ser nunca repugnante, porque no puede repugnarnos una belleza!
Sentí que se me desgarraba el corazón, que la sangre se me subía al cerebro. Al apearme del caballo ví, sin quererlo, el cadáver de mi madrina. Estaba velado con un lienzo blanco. Andrés me recibió en sus brazos. ¡Bien te lo decía el corazón! Vacilante, sin saber lo que hacía, me dirigí a la sala, apoyado en el noble servidor que no podía contener los sollozos.
Pero yo estaba furiosa al ver que si me trataba usted tan bien era por descargo de su conciencia. Después, sin quererlo, pensaba en la otra que le esperaba en París. Además temía adquirir una dulce costumbre de dicha y de amor que la muerte vendría a romper. Y por último ¡estaba tan enferma y sufría tan cruelmente!
Maltrana pensó por primera vez si el gran error de su vida era haberse dejado arrancar del campo de miseria donde nació; si aquella buena señora, su protectora, habría sido, sin saberlo ni quererlo, la mala hada de su destino; si estaba condenado a eterna hambre por soñar con la gloria y haber vestido las raídas ropas del bohemio, cuando su salud consistía en seguir dentro de la blusa de sus mayores.
En el partido de mi tía, es necesario decirlo para ser justo, y sobre todo para ser exacto, figuraba la mayor parte de la burguesía porteña; las familias decentes y pudientes; los apellidos tradicionales, esa especie de nobleza bonaerense pasablemente beótica, sana, iletrada, muda, orgullosa, aburrida, localista, honorable, rica y gorda: ese partido tenía una razón social y política de existencia; nacido a la vida al caer Rozas, dominado y sujeto a su solio durante veinte años, había, sin quererlo, absorbido los vicios de la época, y con las grandes y entusiastas ideas de libertad, había roto las cadenas sin romper sus tradiciones hereditarias.
Y las pruebas eran el fajo de cartas que estaba arriba, entre planos y cuadernos de cálculos; hojas de papel satinado, de suave color de rosa, en las que Pepita juraba quererlo «más que á su vida» y terminaba invariablemente «tuya hasta la muerte.» Para Sanabre, estos juramentos eran más solemnes é inconmovibles que las sentencias de un tribunal.
Escuchó sin quererlo: Decid miedo y no desvío, mi señora; que no quisiera caer cual nuevo Icaro. La mujer replicó: Pues pedid al amor, y no al antojo, sus alas de verdad, que ésas nunca se derriten con llevar ellas mes mas el fuego. ¡Ah, esa tez, esa boca! ¡Por Dios, don Gonzalo, haceisme daño con las sortijas!
Yo le tendría siempre la cabeza apretada sobre mi corazón. ¡Y esto ni se puede decir, esto que yo quisiera hacer! Si yo pudiera hacer esto, él sentiría todo lo que yo lo quiero, y no podría querer a más nadie. ¡Sol! ¡Sol! ¿quién es Sol para quererlo como yo lo quiero? ¡Juan!... ¡Juan!...
Palabra del Dia
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