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Actualizado: 11 de junio de 2025
Pero me parece que con tu nombre, tu porvenir... tus atractivos personales, si me permites que así me exprese, no te será difícil encontrarla con sólo quererlo. No sólo con quererlo yo; es preciso que también lo quiera mi tía. ¿No me has dicho que tu tía deseaba casarte lo más pronto posible?
Mi marido, después de todo, me ha hecho un servicio sin quererlo; me ha libertado de mis pañales, y aliviado de mis excesos de idealismo.
El diablo me echó delante al sargento mayor don Juan de Guzmán. ¡Que os encontrásteis anoche á don Juan de Guzmán! dijo con asombro el duque . ¡Bah! ¡imposible! ¡no puede ser! ¡vísteis visiones! No vi, tropecé; y como llevaba la daga de punta, porque eran malos sitios, mala hora y mala noche, sin quererlo, sin pensarlo, le maté. ¡Ah!, ¡matásteis... al sargento mayor!...
No se concibe que ella converse con un mozo sin coquetearle. Una expresión de sufrimiento alteró las facciones de Muñoz. ¡Cómo debe quererla, el pobre! murmuró Lucía al oído de Charito. Y dirigiéndose a él: Adriana puede volver a quererlo, y en todo caso, de no quererlo Adriana, no ha de faltarle otra.
Las cuentas estaban muy embrolladas, padre, y sin quererlo se ha podido traer lo que no le pertenecía. ¿Verdad, Fabriciano, que sólo venimos a deshacer ese enredo? ¡Y que lo digas! Ten confianza en que el padre no nos dejará marchar sin llenarnos bien los bolsillos. Si vosotros no lo sabéis, vuestra madre sabe que todo lo que había en la casa me pertenecía.
Con una mezcla de envidia y de inconsciente interés, contemplaba Delaberge a ese joven robusto, bien tallado, de mirada profunda y franca, de maneras simples y correctas, y pensaba aun sin quererlo: «He aquí un muchacho del que me gustaría ser padre». Después, dejándose llevar por la pendiente de sus ensueños matrimoniales, añadía para sí: «Todavía puedo tener hijos, no he de perder la esperanza; no falta sino la mujer, y yo sé de una, no lejos de aquí, con la que me casaría de buena gana...»
Tú perteneces al linaje humano, yo no. Siendo distintas nuestras naturalezas, no podemos unirnos. Es preciso que tú cambies la tuya por la mía, lo cual puedes hacer fácilmente con sólo quererlo. Respóndeme, pues. Pacorrito Migajas, hijo del hombre, ¿quieres ser muñeco? La singularidad de esta pregunta tuvo en suspenso al granuja durante breve rato. «¿Y qué es eso de ser muñeco? preguntó al fin.
Son hijos de Dios lo mismo que esta pobre pequeña de aquí.... Hice mal, muy mal en tomarle tanta afición.... Pero es que sólo un perro, ¡qué!, ni un perro...: sólo una fiera puede besar a un angelito y no quererlo bien». Resumiendo después sus cavilaciones, añadió para sí: «Soy un majadero, un Juan Lanas. No sé a qué he venido aquí la vez segunda. No debí volver.
Le admiraba y le compadecía, y, sin quererlo, me sorprendí haciendo votos por él y por su amor sin esperanza. Todas las prendas estaban sentenciadas: las señoritas y algunos jóvenes sentáronse alrededor de una gran mesa redonda que había en el centro del salón, y se pusieron a hojear álbums, revistas y grabados.
El demonio debe ir suelto por el claustro alto. ¡Cómo me han cambiado a esta gente! Luna adivinaba el pensamiento de don Antolín: entendía sus alusiones al demonio que andaba suelto por las Claverías. Aquel demonio era él. Tenía razón el Vara de plata. Sin quererlo, había introducido la perturbación en la catedral.
Palabra del Dia
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