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Actualizado: 11 de junio de 2025
Cuando solemos encontrarnos con seres mezquinos, con almas degradadas, para las cuales el respeto propio es vana palabra, que si llega a los oídos no conmueve el corazón, ni tiñe de rojo las mejillas, decimos: «¡Alma de esclavo!» Y sin quererlo pensamos en una vida de miseria que envileció el carácter y encanalló el espíritu.
Don Mariano supo en el día la terrible noticia. ¡El capitán Pérez estaba ad portas!... Sin perder un momento, requirió una contestación categórica de Coca... Y Coca, que no quería otra cosa, le juró que jamás había amado al capitán Pérez... Vázquez le preguntó aún: ¿Está usted segura, Coca, de no haberlo querido... y de que nunca hubiese llegado a quererlo?...
Algunas mujeres quemaban al pie de la cuesta montones de hojarasca, y un perfume rústico, mejor que el incienso, sahumaba deliciosamente el contorno. Ramiro recordó sin quererlo sus amores con la sarracena. Cuando hubo llegado a la Puerta de San Vicente, díjole al paje que esperara en aquel sitio, mientras él iba a situarse frente a la muralla del Norte.
Aprobó Miquis cumplidamente estas ideas y con toda energía excitó a su amigo a probar las escasas dulzuras de esta corta vida, ya que sin quererlo tenemos siempre entre los labios sus amarguras, y pues la ocasión de ser dichoso no se presenta siempre, aprovéchese cuando viene, que tiempo hay de sobra para privaciones, disgustos y penas.
Así pues, vino en lo que doña Guiomar quería sin quererlo, más por miramiento a su recato que por voluntad, y habiendo ella llamado a Florela, él se fue con ella, dejando a doña Guiomar confusa y sobresaltada con aquella aventura, que tan sin esperarlo ella la había llevado la ventura de sus amores, o tal vez el principio de otras más grandes y más dolorosas desventuras.
¡Si estaría segura!... Por eso repuso, mirando hondamente al estanciero: ¿Llegar a quererlo?... Creo que antes me hubiera enamorado de un títere o de un árbol... ¡Puede usted creerme! Había que creerla... ¡Feliz don Mariano!... ¿Conque el capitán Pérez era como un títere o un árbol?... ¡Oh don Mariano, mil veces feliz!
Esta presencia nueva algo añade á su estado habitual; pues bien, ese algo se ha producido dentro de nosotros, con solo quererlo.
Quería la infeliz desechar las ideas que la volvían loca, aquellas emociones contradictorias de la piedad exaltada, y de la carne rebelde y desabrida; quería palabras dulces, intimidad cordial, el calor de la familia... algo más, aunque la avergonzaba vagamente el quererlo, quería... no sabía qué... a que tenía derecho... y encontraba a su marido declamando de medio cuerpo arriba, como muñeco de resortes que salta en una caja de sorpresa.... La ola de la indignación subió al rostro de la Regenta y lo cubrió de llamas rojas.
Como estuviera sola, Isidora se entregaba maquinalmente, sin notarlo, sin quererlo, sin pensar siquiera en la posibilidad de evitarlo, al enfermizo trabajo de la fabricación mental de su segunda vida. Cinco días después de su llegada a Madrid y a los cuatro de la escena con la Sanguijuelera, levantose Isidora más tarde que de costumbre, por haber dormido la mañana, y se arregló aprisa.
Palabra del Dia
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