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Actualizado: 11 de junio de 2025


Don Fadrique, según la general tradición, era un hombre de este género: un hombre jocoso de puro serio. Claro está que hay dos clases de hombres jocosos de puro serios. Á una clase, que es muy numerosa, pertenecen los que andan siempre tan serios, que hacen reir á los demás, y sin quererlo son jocosos. Á otra clase, que siempre cuenta pocos individuos, es á la que pertenecía D. Fadrique.

Mas nunca pudo encubrir bien la rabia, ni la soberbia, con que se resistía a la luz de Dios y le precipitó a la fatalidad de su fin. Estoy para decir, que aunque murió Judío, no fue por serlo del todo de entendimiento, ni aún por quererlo de veras ser, sinó por quererlo parecer.

Sin quererlo yo misma, hablé a todo el mundo de la Reina, y todos me decían, con gran sorpresa de mi parte, que la Reina era la piedad y la virtud personificadas; que adoraba a su marido, al que ayudaba a llevar el peso de la corona, y que no se ocupaba, imitándole a él, más que de la prosperidad de sus pueblos.

No recuerdo a quién decir que los mandamientos de la mujer casada son, como los de la ley de Dios, diez: El primero, amar a su marido sobre todas las cosas. El segundo, no jurarle amor en vano. El tercero, hacerle fiestas. El cuarto, quererlo más que a padre y madre. El quinto, no atormentarlo con celos y refunfuños. El sexto, no traicionarlo. El séptimo, no gastarle la plata en perifollos.

Estas no son quimeras, pues basta quererlo y que haya un Gobierno menos brutal que el presente para conseguirlo. El año 1835 emigraron a Norteamérica 500.650 almas; ¿por qué no emigrarían a la República Argentina 100.000 por año si la horrible fama de Rosas no los amedrantase?

»He huido de Colonia porque allí había adquirido algunas relaciones y sin quererlo yo mismo comenzaba a distraerme.

Don Juan no estableció comparación ni paralelo entre ella y las sacerdotisas de Venus; pero instintivamente, sin quererlo, a cada cuerpo, a cada rostro, a cada boca, a cada rasgo femenino que evocaba, le parecían superiores el cuerpo, el rostro, la boca y el recuerdo todo de Cristeta. ¿Por qué la dejaría? Y ella, ¿cómo se había entregado a otro hombre?

El Duque veía siempre con una especie de satisfacción íntima el respeto que me inspiraba. El miedo era la única lisonja que le agradaba. Era el mejor medio de hacerle la corte, y sin quererlo, yo satisfacía su gusto.

Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más que ellas.

Mi difunto marido, el señor Liénard, era un hombre honrado, pero un compañero poco agradable; débil y a la vez duro de corazón, enfermizo y prematuramente viejo, me tenía encerrada sin quererlo en una atmósfera llena de melancolías y de fastidio.

Palabra del Dia

lanterna

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