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Actualizado: 16 de junio de 2025
Yo no provoqué esta querella, pero ya comenzada, juro no partir hasta haber obtenido lo que vine á buscar ó perecer en la demanda. No hay más que hablar; dadme vuestras excusas ó procuraos otra espada y reanudemos el combate.
Siempre se le encontraba risueño y comunicativo, esparciendo la alegría y la confianza dondequiera que estuviese. Rara era la querella entre dos cadetes que él no consiguiese arreglar amistosamente. A pesar de su temperamento conciliador, nadie dudaba en el colegio ni fuera de él de su valor, ni mucho menos de la increíble fortaleza de sus puños.
Haya paz, señores, ordenó extendiendo el brazo. Quienquiera de vosotros que continúe tan tonta querella fuera de aquí, tendrá que darme cuenta de ello. Necesito el concurso de todas vuestras espadas y no permitiré que las volváis unos contra otros. Abercombe, Morel, Bruce ¿dudáis acaso del valor de los caballeros gascones?
¡Calma, barón! exclamó Su Alteza. No busquéis querella al señor Roberto Briquet, que tanta culpa tiene él como todos nosotros. La verdad es que cuando entrasteis acabábamos de oir, y yo con enojo, noticias de las fechorías cometidas por esa misma Guardia Blanca, tales y tántas que juré ahorcar al capitán de esa compañía. Lejos estaba yo de hallarlo entre los más valientes y escogidos de mis jefes.
El pueblo estaba indignado: algunos vecinos se lo habían recriminado duramente, pero no hacía caso. Por último, el asunto estaba zanjado, porque Tomás, viendo que no sacaría nada en limpio, se vino a las buenas y se apartó de la querella mediante 5.000 reales que el cura le entregó. Todo quedaba, pues, sosegado por entonces. Podía vivir sin temor.
Pero á bien que si me buscáis querella, y con vos no he de tenerla, aprovecharé la ocasión para dejaros solo y visitar una vez más la Cabeza de Oro aquí cercana, cuyos guisos de perdices adobadas han dejado en mí eterna remembranza. No, amigo, dijo sonriente el barón. Nos conocemos y estimamos demasiado para reñir por palabra más ó menos, como dos pajecillos.
Esta pobre mujer, después de tantas experiencias, aún no había escarmentado y seguía cayendo inocentemente en los lazos que para reirse de ella le tendía aquél. Ahora la querella se había producido porque Antonio la había llamado en son de desprecio femenina. Oye, guasón, á mí no me digas eso respondió María, preparada á encolerizarse.
Y esto enseguida, sin perder un segundo; provocar la discusión, procurar una querella y á favor del desacuerdo llevarse á Herminia, á fin de que no pudieran volverse á ver, ni, por consecuencia, reconciliarse. Acaso Mauricio muriera de pena y su sobrina también; pero, en su exasperación contra ellos, no veía en esto inconveniente alguno.
Atropelladamente, los tres bigardos salen de la cocina rosmando amenazas, y por el portón del huerto huyen a caballo. La vieja, con la basquiña echada por la cabeza a guisa de capuz, se acurruca al pie del hogar y comienza a gemir haciendo coro a la querella de los mendigos. Entra otra criada, una moza negra y casi enana, con busto de giganta.
Para ellos, lo lógico era haber dado fin á la querella en la misma escalinata del Casino: dos trompazos á aquel «emboscado» que no iba á la guerra y se permitía molestar á los que cumplían su deber.
Palabra del Dia
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