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/P La montaña y la ardilla Tuvieron su querella: «¡Váyase usted allá, presumidillaDijo con furia aquélla; A lo que respondió la astuta ardilla: « que es muy grande usted, muy grande y bella; Mas de todas las cosas y estaciones Hay que poner en junto las porciones, Para formar, señora vocinglera, Un año y una esfera. Yo no que me ponga nadie tilde Por ocupar un puesto tan humilde.

La verdad es, acá entre nosotros, que Miguel no sabe ni puede comprender lo que es un caballero. ¿Y usted? dije riéndome en sus barbas. Yo . Corriente: pues le daremos a usted la cuerda. Lo malo es que no vivirá usted para verme ahorcado con ella observé. ¿Me hace Vuestra Majestad el honor de buscarme querella? Para eso sería preciso que tuviera usted siquiera algunos años más.

Plácido Penitente, decía la voz, demuestra á toda esa juventud que tienes dignidad, que eres hijo de una provincia valerosa y caballeresca donde el insulto se lava con sangre. ¡Eres batangueño, Plácido Penitente! ¡Véngate, Plácido Penitente! Y el joven rugía y rechinaban sus dientes y tropezaba con todo el mundo en la calle, en el puente de España, como si buscase querella.

Después de contestar, Huberto, incomodado, se echó un poco hacia atrás. Entonces la señora Gardanne, como si hubiera querido prevenir una querella de enamorados, dijo en tono conciliante: ¡Es un trastorno tan grande, un enfermo en una casa! Muchas gracias, tía; pero no necesito ser excusada declaró fríamente María Teresa. El telón se levantaba y todo el mundo calló.

Decidme, Simón, interrumpió vivamente Roger, la causa de vuestra querella, para ver si ello admite honroso arreglo, antes de que os degolléis como enemigos implacables. El arquero miró pensativamente al suelo y después á la luna. ¿La causa, muchacho? ¿Y cómo quieres que yo me acuerde de tal cosa, cuando nuestra disputa ocurrió allá en Limoges hace más de dos años?

La tempestad se enconó y por fin se solventaron estas diferencias en una querella descarada, en la que Lady Clara hizo uso de su lengua, con tal precisión de argumentos y de epítetos, que la soprano estalló en un ataque histérico, y su marido y el tenor tuvieron que sacarla en brazos del coro: todo lo cual llegó a conocimiento de los parroquianos por la supresión del solo acostumbrado de la soprano.

Se trataba de una herencia y, como sucede siempre en tales casos, los gastos del juicio se habían tragado ya tres veces lo que valía el guiñapo. Como Krakow era de mal dormir, la querella se había enconado y había degenerado en odio personal; por lo menos, de parte de Krakow, porque Pütz, con su flema bondadosa, se obstinaba en ver sólo el lado humorístico de la cuestión.