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Actualizado: 26 de junio de 2025
Un lamento se extendió por las lujosas habitaciones, un quejido, siempre el mismo, que pasaba por debajo de las puertas hasta la escalera majestuosa y solitaria: ¡Oh, Julio!... ¡Oh, hijo mío!... Campos de muerte Iba avanzando el automóvil lentamente, bajo el cielo lívido de una mañana de invierno.
La dulce respiración de la Princesa y sus cabellos de oro acariciaban blandamente la cara de Pacorrito, haciéndole cosquillas y causándole cierta embriaguez. La mirada amorosa de la gentil dama ó un suave quejido de cansancio acababan de enloquecerle. En lo mejor del baile, los monos anunciaron que la cena estaba servida, y al punto se desconcertó el cotarro.
El reloj hacía oír su tic tac; de la pared en que se encontraba la ventana venía el ligero quejido del viento y en el interior de la habitación resonaba el ruido de los pasos de Roberto; fuera de esto, ni el menor ruido. Y de improviso me pareció oír, en medio del silencio, que mi sangre se agitaba y hervía dentro de mi cuerpo. Escuché con atención.
Mas súbito, azaroso, de las aguas entre el turbio vapor, cruzó luciente relámpago de luz que hirió un instante con brillo melancólico tu frente. Yo vi un espectro que en la opuesta orilla como ilusión fantástica vagaba con paso misterioso y un quejido lanzando lastimoso que el nocturno silencio interrumpía, ya triste nos miraba, ya con rostro infernal se sonreía.
En Monte-Olivete sentábanse en el banco de piedra que circunda la ovalada plaza; henchíase el moquero de Tónica de cacahuetes y altramuces, y volvían a emprender la marcha, siempre por la orilla del río, más agreste ahora, con filas de seculares álamos y verdes cañares, que se estremecían rumorosos al viento con un quejido triste. Andaban, devoraban distraídamente el contenido del pañuelo.
El nombre, el dulce nombre de mi Laura. Fué interrumpida por un murmullo que llegó hasta su oído; creyó oír que la llamaban. Una sonrisa de felicidad iluminó su rostro. Se levantó, guardó el papel en el seno y corrió al cuarto de Elena. Cuando abrió la puerta oyó un quejido doloroso. ¡Oh Marta! ¿sois vos, de veras? ¡Soñaba que no os volvería a ver más!
Estorbaban las mujeres: su proximidad era intolerable en las horas de operación. Bastaba un quejido del torero, para que al momento respondiesen desde todos los extremos de la casa, como ecos dolorosos, los alaridos de la madre y la hermana, y hubiera que contener a Carmen, que se debatía como una loca, queriendo ir al lado de su marido.
Sólo se oía hacia la parte del gabinete el quejido metálico de los rodajes del reloj, y un silencio sepulcral reinaba en el espacio a cada interrupción del diálogo. Diríase que los objetos escuchaban. Has vivido siempre apartado de nosotros prosiguió Pepe y no sabes que el amor que une a los tuyos es más fuerte que el delirio de vuestra fe.
Golpeó con el palillo el parche lentamente para dar una tétrica gravedad a su canto monótono, soñoliento y triste. «¡Cómo queréis, amigos, que cante, si tengo el corazón destrozado!...» Y a continuación un gorjeo estridente, un quejido interminable de ave moribunda, en medio del general silencio.
Veía aún con la imaginación á su gentil chilena envuelta en un manto negro, lo mismo que las damas del teatro calderoniano, mostrando uno solo de sus ojos obscuros y húmedos, pálida, menuda, hablando con una voz que parecía un quejido.
Palabra del Dia
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