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Actualizado: 26 de julio de 2025


El ruido era atronador; la nota grave y solemne de que he hablado antes, había desaparecido en las vibraciones de un alarido salvaje y profundo, el quejido de las aguas atormentadas, el chocar violento contra las peñas y el grito de angustia al abandonar el álveo y precipitarse en el vacío.

Vaciló; pero fue obra de un instante: carraspeó para afianzar la voz y exhaló un: Lo juro. Hubo un momento de silencio en que sólo se escuchó el delgado silbo del aire cruzando las copas de los olmos del camino y el lejano quejido del mar. ¿Por el alma de su madre?, ¿por su condenación eterna? Baltasar, con ahogada voz, articuló el perjurio. ¿Delante de la cara de Dios? prosiguió Amparo ansiosa.

La boda de Gallardo era un acontecimiento nacional. Hasta bien entrada la noche sonaron las guitarras con melancólico quejido, acompañadas de palmoteo y repique de palillos.

Por eso un ¡ay! solamente y, sobre todo, el quejido que acompaña a la emisión de la sílaba, dice más que todo un tomo de filosofía sobre el dolor. No si me explico. Y por ello doime ahora clara cuenta de la razón de mi marido al decir que cuando mejor me comprende es al oirme cantar.

Debajo de la lámpara se le figuró ver una sombra mayor que otras veces.... Y entonces redobló la atención y oyó un rumor como un quejido débil, como un suspiro. Abrió, entró y reconoció a la Regenta desmayada.

Y empujada por las amigas, abría los labios y ladeaba la cabeza con un gesto lacrimoso, igual al de la Dolorosa; y el silencio de la noche, que parecía agrandado por la emoción de una religiosidad lúgubre, rasgábase con el lento y melódico quejido de aquella voz de cristal que lloraba las trágicas escenas de la Pasión.

¡Ah! vida infame murmuró con un quejido de dolor, ¡cuánto me cuestas! ¡déjame, no quiero nada de ti, te desprecio! la mano me ha temblado, ¡qué cobarde soy!

Héctor, encanijado y pusilánime, no contó hora de sosiego ni minuto sin quejido. Aquiles, no mucho más esponjado que Héctor, despuntó por místico en cuanto tuvo uso de razón, y emprendió, pocos años después, la carrera eclesiástica.

Del gabinete de la derecha salió un gato blanco, gordo, de cola opulenta y de curvas elegantes; se acercó al sofá paso a paso, levantó la cabeza perezoso, mirando a la Regenta, dejó oír un leve y mimoso quejido gutural, y después de frotar el lomo familiarmente contra la sotana del Provisor, salió al pasillo con lentitud, sin ruido, como si anduviera entre algodones.

La incoherencia de sus palabras inspiró miedo al joven. Sus ojos estaban inmóviles, considerablemente agrandados, con un estrabismo que dejaba al descubierto toda la córnea, empujando la pupila a un ángulo de los párpados. Se llevaba las manos a la frente. Dolor... mucho dolor murmuró como una niña enferma. Después se tentaba el estómago, repitiendo el mismo quejido.

Palabra del Dia

buque

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