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Actualizado: 26 de junio de 2025


No se podía fijar la atención, sin sentir vértigo, en aquel voltear incesante de una infinita madeja de hilos de agua, ora claros y transparentes, ora teñidos de rojo por la arcilla ferruginosa; ni cabeza humana que no estuviera hecha a tal espectáculo, podría presenciar el feroz combate de mil ruedas dentadas que sin cesar se mordían unas a otras, y de ganchos que se cruzaban royéndose, y de tornillos que, al girar, clamaban con lastimero quejido pidiendo aceite.

Y luego, con el profundo desprecio del pecador que se considera a mismo, con la cristiana humildad del hombre que se ve a dos pasos de convertirse en tierra, añadió muy bajo, como si fuera su voz un débil quejido, queriendo y no pudiendo levantar una mano para golpearse el pecho: ¡A !... ¡A !

Mas a la sazón no podía entender una sola línea del filósofo, y sólo oía los tristes ruidos exteriores, el quejido constante de la presa, el gemir del viento en los árboles. Su acalorada fantasía le fingió entre aquellos rumores quejumbrosos otro más lamentable aún, porque era personal: un grito humano. ¡Qué disparatada idea! No hizo caso y siguió leyendo.

Un capacete sencillo, una luciente coraza, una pica de dos hierros y una pesada hacha de armas, agrupados en panoplia, penden allá de una escarpia, y en el fondo del hogar, de la cena retrasada, se oye el hervor insistente, al que el quejido acompaña de la vejez, ya caduca, de un grande perro de caza, todo á lo largo tendido ante los piés de su ama.

En uno de los sauces, al otro lado de la isla, el misterioso pájaro oculto lanzaba sus trinos, sus vertiginosas cascadas de notas, deteniéndose en lo más vehemente del torbellino musical, para filar un quejido dulce e interminable como un hilo de oro que se extendía en el silencio de la noche sobre el río que parecía aplaudirle con su sordo murmullo.

El discreto Golfín se sentó tranquilamente como podría haberlo hecho en el banco de un paseo; y ya se disponía a fumar, cuando sintió una voz... , indudablemente era una voz humana que lejos sonaba, un quejido patético, mejor dicho, melancólico canto, formado de una sola frase, cuya última cadencia se prolongaba apianándose en la forma que los músicos llamaban morendo, y que se apagaba al fin en el plácido silencio de la noche, sin que el oído pudiera apreciar su vibración postrera.

El techo de cal, reblandecido en húmedas manchas, dejaba filtrar al aposento las gotas de la lluvia, recogidas en el suelo sobre algunos cacharros sin nombre ni forma, ollas extrañas y panzudas de centenaria fecha. Aquel lento gotear de enero dentro del cuarto tenía un son de quejido y de miseria que laceraba el corazón.... Todo era tedio y dolor en la casona.

Buscaba a uno de sus tíos, apodado el Ingeniero, el cual, según noticias, aunque retirado de los negocios, colocaba allí su tenderete todos los domingos. En el otro extremo de la plaza sonaba como un quejido la música de un órgano. Las melodías gangosas llegaban a jirones hasta Maltrana cuando se hacía un corto silencio en el vocear de los vendedores.

Y hoy que en los aires la tormenta zumba, ¡no salga ni un quejido de su tumba al verte, oh pueblo, nuevamente ilota! 30 Diciembre 1898. Patriota: en los tiempos de ingratos estudios y audaces locuras, y dulces visiones de rostros fugaces con rezos y risas en labios de ingenuo carmín, hermético fuiste al amor y su gaya conquista.

Era el perro despidiendo al pobre albaet, lanzando un quejido interminable, con los ojos lacrimosos y las patas estiradas, cual si quisiera prolongar el cuerpo hasta donde llegaba su lamento. Fuera, don Joaquín daba palmadas de atención: «¡A ver!... ¡Que forme toda la escuelaLa gente del camino se había aproximado á la barraca.

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rigoleto

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