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Actualizado: 8 de junio de 2025
Ernestina no se resignaba, y se revolvió queriendo volver a él. Le amaba de veras; lo pasado eran niñadas, ligerezas; pero aun cuando esto halagaba a Luis, provocaba su indignación como una amenaza a su libertad, milagrosamente recobrada.
Sirvió a la mesa, escanció, y fue la diversión de los comensales, por sus largas melenas, semejantes a un ruedo, que le comían la frente; por su faja de lana, que le embastecía la ya no muy quebrada cintura; por su andar torpe y desmañado, análogo al de un moscardón cuando tiene las patas untadas de almíbar; por su puro dialecto de las Rías Saladas, que provocaba la hilaridad de aquella urbana reunión.
Al estremecerse las losas del pavimento bajo un paso humano, se entreabrían ventanas. Un carruaje provocaba la aparición de muchas cabezas. Los escasos transeuntes eran á veces canónigos de la catedral, frailes descalzos con una corona de pelo en torno del cráneo afeitado, monjas con enormes mariposas almidonadas en la cabeza.
Hervía en sacristanes y demandaderas de monjas; ciegos me sustentaban a pura oración, ocho reales de cada una; y me acuerdo que hice entonces la del Justo Juez, grave y sonorosa, que provocaba a gestos. Escribí para un ciego, que las sacó en su nombre, las famosas que empiezan: Madre del Verbo humanal, Hija del Padre divino, dame gracia virginal, etc.
María se sonrió blandamente al ver entrar el soldado; éste, contento con tal distinción, bajó humildemente la cabeza con tanta cortesía como reverencia, y al alzarla se encontró con la vista de Muley, que lo miraba con ojos de desprecio y de una cólera mal reprimida; pero el soldado, con gran enojo de algunos y mayor maravilla de todos, no huyó su rostro de tan feroz mirada, antes bien la provocaba con su gesto maligno y burlador.
Aquella fe que en otro tiempo provocaba sus burlas le parecía ahora algo superior. ¡No poder conocer la resignación de las almas humildes!... Persistía en ella la incredulidad de sus tiempos dichosos. Los que gozan las dulzuras de la existencia no se acuerdan de la muerte ni piensan en lo que pueda haber después de ella.
El simple intento de tornar una de sus manos provocaba en ella una resistencia poderosa. «Eso, luego...» Estaba pronta á casarse con el godo; quería ver España... Y el médico hubiese cumplido sus deseos, de no avisarle una buena alma que á altas horas de la noche entraban por turno otros del país á oír las romanzas á solas... ¡Ah, las mujeres!
Lloraba por cualquier cosa; a veces sin motivo alguno y cuando menos se esperaba; pero las lágrimas eran tan dulces y sentía con ellas placer tan intenso, que en muchas ocasiones las provocaba con artificio. ¡Cuántas veces, contemplando desde aquella ventana los celajes del horizonte teñidos de grana y los últimos resplandores del sol moribundo, sintió su corazón acongojado por una profunda melancolía que venía a deshacerse en sollozos! ¡Cuántas veces había atormentado a su padre con lloro intempestivo, cuya causa no acertaba a decir porque no la sabía ella misma!
Volaban los tricornios a los balcones; cada cara bonita provocaba floreos interminables, en los que la hipérbole dilatábase hasta lo desconocido; y había muchacho que, impulsado por alguna copita traidora, despreciaba la vulgar invitación de las escaleras y se encaramaba por la fachada, agarrándose a las rejas, para entregar un ramo de flores a la niña y pedirle un duro a la mamá.
Pero al salir arrogante y altanero del despacho, resuelto a cualquier violencia si se me provocaba a ella, todavía sentí su mirada luciente y acerada en el cogote. Cuando se hubieron pasado los primeros momentos de sorpresa y de cólera y, ya en la calle, pude reflexionar, caí en un profundo abatimiento. Creí que todo había venido al suelo, todo lo que constituía mi felicidad.
Palabra del Dia
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