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Actualizado: 8 de junio de 2025
Al poco rato estaba arrepentido de esta postura excesivamente confiada. Iban á caer sobre él, aprovechándose de su lectura. Pero el orgullo le hizo permanecer inmóvil, para que no pudiesen adivinar su inquietud. Luego rió de un modo insolente, como si leyese en la ilustración germánica algo que provocaba sus burlas.
Hubo en la muchedumbre un movimiento de retroceso, y luego se abrió dejando paso á algo que provocaba aclamaciones de entusiasmo. Gillespie, interesado por este movimiento, permaneció de pie en su bote, mirando hacia dicho sitio.
A aquella hora la iglesia estaba casi siempre como hechizada de quietud y de silencio. El solo rumor de un escaño que removía el sacristán, provocaba un eco prolongado y enorme. Una sombra terrosa y centenaria dormía al pie de los altares, entre las columnas, sobre las lápidas.
A las mujeres no les disgusta esta clase de confidencias: así que, lejos de huirlas, las provocaba, informándose con deleite de todos los pormenores más o menos pueriles de aquellos amores idílicos, tan en consonancia con su edad y su sexo. Miguel rehusaba enseñarle el retrato. Temía que no le gustase.
Y en torno del santo, los brazos de los atletas siempre en movimiento, subiendo y bajando chiquillos que babeaban el mojado bronce del padre San Bernardo. En balcones y ventanas aglomerábanse las mujeres con la cabeza resguardada por las faldas. El paso del santo provocaba profundos suspiros, dolorosas exclamaciones de súplica. Era un coro de desesperación y de esperanza.
Hombre tan serio como Palomino habla de un religioso de una santa cartuja a quien hubieron de quitar de la celda una imagen de María Santísima, de suma perfección, porque su mucha hermosura le provocaba a deshonestidad; y el P. Interian de Ayala exclama indignado: «Porque ¿a qué viene el pintar a la Virgen, maestra y dechado de todas las vírgenes, descubierta la cabeza? ¿A qué el cabello rubio esparcido y tendido por el blanco cuello? ¿A qué sin tapar decentemente aquellos pechos que mamó el Criador del mundo? ¿A qué, finalmente el pintar sus pies o totalmente desnudos o cubiertos con poca decencia?» . De modo que hasta la Concepción de Murillo, acaso la expresión más poética del arte católico, vino a ser sospechosa.
Don Pedro Rey de Aragon no se hallaba entónces con fuerzas para poder tomar satisfacion de la muerte de Manfredo y Coradino, ni después de ser Rey le dieron lugar las guerras civiles, porque los Moros de Valencia andaban levantados, y los Barones y Ricos hombres d Cataluña estaban desavenidos y mal contentos; y tambien porque mostrándose enemigo declarado de Cárlos, provocaba contra sí las armas de Francia, y las de la Iglesia, formidables por lo que tienen de divinas; los Reinos de Sicilia y Nápoles lejos de los suyos, sus armas ocupadas en defenderse de los enemigos mas vecinos.
Conocíanse mutuamente las intenciones de batallar, exploraba cada cual el terreno de su enemigo, y hasta le provocaba con ingeniosas estratagemas; pero de aquí no pasaba; y, a mi entender, en el misterio de estas precauciones, en el problema de esta actitud recelosa, estribaba el mayor interés de los beligerantes. Ni ella ni él parecían tener prisa para resolver el punto dudoso.
Hería mi vanidad en lo más vivo, lastimaba mi amor propio, y provocaba mi cólera. Sólo el cariño me hacía callar, que si no, habría recibido de su «amito» muy dura reprensión. ¡Pobrecillo! Le hubiera yo matado. Bueno; me dijo ese día, al acabar la cena, acompáñame. Toma tu sombrero y vente conmigo. Tengo que decirte muchas cosas.
Toda la basura del mar, que semanas antes corría indiferentemente junto á los costados del buque, provocaba ahora gritos de atención y hacía extenderse muchos brazos para señalarla.
Palabra del Dia
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